Gustavo Gómez Ardila
A raíz de algunas celebraciones comerciales como el Día de la Madre y el Día del Padre, muchos comerciantes de la ciudad se quejan de que las ventas están muy malas, que las de antes sí eran buenas, que el comercio se vino abajo, en fin.
Verdad o no, la chilladera me ha hecho recordar el comercio de antaño, sobre el cual hablo en el libro ‘Cúcuta para reírla’:
En el valle de Guasimales, los colonos que iban llegando se dedicaban a la siembra del cacao, que era enviado a Europa, a través del Pamplonita, el Zulia y el Catatumbo hasta el lago de Maracaibo.
Durante mucho tiempo el cacao cucuteño fue la base económica de la región y hay quienes dicen que los reyes de España y de Inglaterra no jartaban chocolate si no era de cacao cucuteño.
Otros se dedicaron a la ganadería: El chocolate es más sabroso con leche, y la cría de vacas se hizo extensiva en la región. Algunos montaron crías de cabras para vender cortados de leche de cabra.
Pero también había que viajar, entonces criaron y vendieron caballos.
Fue una zona próspera cuya fama se regó por muchas partes, lo que atrajo más colonos. Llegaron pamploneses, tachirenses, maracuchos… Los venezolanos aprovechaban que aquí nadie les pedía visa, ni permiso fronterizo, ni nada. Y detrás comenzaron a llegar los europeos.
Así se fue forjando la identidad del cucuteño amante del comercio. Se juntaron dos elementos: la verraquera motilona y el espíritu emprendedor de los que llegaban.
De Cataluña vinieron los Bosch, los Ruz y los Villet.
Inglaterra también envió gente: Fergusson, Jurgensen, Irwin.
Los alemanes tienen sitial de honor en el comercio cucuteño, antes y después del terremoto. Sus apellidos son muy conocidos: Van Dissel, Hartman, Muller, Faber, Blum.
De Italia llegaron los Fossi, los Berti, los Bruno, los Massey, los Abbo, los Faccini, los Santi, los Spannochia, los Caraciolo, los Luciani, los Giliberti, los Morelli.
Llegaron también franceses: Fortul, Rochereaux, Moller, Duplat, Monier.
Después de la Segunda Guerra Mundial llegaron los majitos o ‘turcos’, nombre erróneo con el que se generalizó a los provenientes de Palestina, Líbano, Egipto, Arabia, Iraq, Siria y, por supuesto, Turquía.
Desde Cúcuta los “turcos” se regaron por todos los pueblos del departamento y así hemos tenido majitos, muy queridos todos, muy buenos vendedores todos, hasta en las regiones más apartadas.
A Las Mercedes fueron a dar el turco Arana con bultos de telas, y el turco José Jaimed con un ramillete de hermosas hijas (Yamile, Smith, Viany, Miner), a cuyo almacén íbamos los muchachos no tanto a comprar sino a visitar a las ‘turquitas’, que también hablaban enredado, pero que nos decían ‘majito quirido’. Son ‘turcos’: Barjuch, Abdallah, Seade, Sahium, Assaf, Sus, Suz, Slebi, Bitar, Abrahim, Abufhele, Marún, Brahim, Sahieh, Elcure…
Sería injusto no reconocer la gestión comercial de gente venida del interior del país, en especial paisas, vallunos, santandereanos y costeños.
Algunos llegan, montan su negocio y cuando la cosa se pone peluda, entregan el local y se largan.
Otros, en cambio, comparten con nosotros las verdes y las maduras, la bandeja paisa, la pepitoria santandereana, el borojó y el arró con coco.
Otro aporte importante es el de los tunebos. Se les ve por las calles con grandes atados de ropa y de ruanas. Hablan en jeringonza y venden que da miedo.
En síntesis, el cucuteño es amante del comercio. De Cúcuta dijeron alguna vez que era la vitrina más vendedora de Suramérica. Pero desde que cayó el precio del bolívar, la vitrina se nos empañó y no hemos vuelto a vender como antes se vendía. No faltan los que dicen que cuando caiga Chávez se mejorará el asunto. Lo malo es que parece que ese día está lejano.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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