Hermes Tovar Pinzón/Celmira Figueroa
En uno de los campamentos de Tibú: Carolina Isakson, Lucila, Cesira, Sofía y Gladys Ramírez. Atrás María Cristina de Ramírez
Cargada con los sueños de los abuelos suecos, inmigrantes del siglo XIX a la América del norte, y con los de sus propios padres emigrantes a comienzos del siglo XX, a la América Latina, ella misma reconoció el mundo de las migraciones al andar en su pequeña infancia por los caminos de México y Argentina en donde aprendió sus primeros abecedarios antes de que a sus ocho años comenzara a forjar en Cúcuta su vida de colombiana. En aquella ciudad de 100 mil habitantes se hizo colegiala, aprendió el español, acudió al Club del Comercio, al Club de Tenis y compartía con amigas y amigos de su generación las vacaciones juveniles de los años 40 en las fincas de los valles del Zulia y del Pamplonita.
Era otra Colombia, la que más que dolor, proporcionaba alegrías, vanidades y derecho a la vida. Eran tiempos cuando la juventud retornaba al campo en las largas vacaciones de fin de año para ejercitar el deporte ecuestre y compartir los aires cálidos y frescos de una naturaleza que no enseñaba miedos sino cuentos, proyectos, leyendas y esperanzas. Entonces de la provincia santandereana quedó grabada para siempre aquella plaza central en donde los jóvenes concurrían a tomar helados y se dibujaban los paisajes del Salón Blanco, de “las Antonias Santos” y de la llamada Plaza Colón ubicada en el costado noroeste de la ciudad. Eran tiempos que dejaban una sensación de gratitud con la provincia por tantas oportunidades para ser feliz en la infancia y la adolescencia. Su silueta elegante y llamativa coqueteaba entre su espíritu alegre y comunicativo.
Cómo no recordar ahora, aquellas fiestas de disfraz de sus cumpleaños, los años gratos de la juventud y el valor de unas amistades sinceras que se abrieron camino a lo largo de los años. De la neblina del tiempo surgen las naves que llevaban su adolescencia por entre los puertos del Caribe y el Pacífico como si vivir América Latina y dimensionar nuestro espíritu implicara desde muy joven tener que medir montañas, pampas y océanos. Los mismos mares que abrigaron a piratas y que sostenían de tiempo en tiempo los galeones y flotas de la plata y las sedas orientales, o a los hombres que navegaban con sus sueños de riquezas quedaron reducidos a barquitos de papel transportando sueños desde un internado en California hasta el norte de Suramérica mientras desperdigaban amistades en su larga travesía.
Por entonces Carolina Isakson ya había aprendido los costos de ser colombiana. Desde 1946, las pasiones políticas jugaban al exterminio, avaladas desde el mismo Estado y por la Iglesia. Ella supo de balas que no dejaron heridos sino las huellas de sus intenciones criminales en las paredes de la casa de su novio. Eran tiempos oscuros cuando se jugó a la eliminación del otro y se engendró un monstruo “que todavía sobrevive” bajo múltiples formas de violencia. Así, el 1 de julio de 1950 Carolina Isakson contraería matrimonio con un joven ingeniero civil a quien acompañaría luego a lo largo de su vida. Con Virgilio Barco Vargas viajó por Europa, retornó a los Estados Unidos y concluyó sus estudios en asuntos latinoamericanos en la Universidad de Stanford y su Maestría en la Universidad de Boston.
CON KIKI HACIAMOS PASEOS DE LUNA LLENA (Celmira Figueroa)
Corresponde a
la década del 40 y en ella aparece un grupo de damas cucuteñas de la época
sentadas sobre las barandas del antiguo Puente de San Rafael. Ellas son de
atrás hacia adelante y de izquierda a derecha: Conchita Gandica, Cesira
Ramírez, Lucila Ramírez, Gladys Ramírez, Sofía Ramírez y Carolina Isackson.
No hablaba pizca de español cuando llegó a Cúcuta, procedente de los Estados Unidos, a finales de los años 30 acompañada de sus padres Carl Oscar Isakson, ingeniero petrolero, y Alicia de Isakson.
María Carolina Isakson se defendía, al principio, con señas con sus compañeras, quienes se encargaron de instruirla en lo más elemental. ‘Kiki’ como la empezaron a llamar empezó a recibir clases para aprender español y lo captó tan rápido que lo llegó a dominar con mucha fluidez sin dejar escapar, como suele ocurrir, el acento norteamericano.
Su grupo de amigas en Cúcuta era numeroso, pero las más cercanas fueron Sofía y Gladys Ramírez. Así lo aseguran Yolanda Corinaldi y Clara Laura Morelli de Vásquez. A pesar del corto tiempo que vivió Carolina Isakson en Cúcuta nunca perdió el contacto con sus amigas y amigos. Incluso de estudiante en la universidad de Stanford, en California, donde se graduó en literatura española y latinoamericana, se venía en época de vacaciones a reencontrarse con los que consideraba sus amigos.
Glayds Ramírez desempolvó algunas fotos de la época en que ‘Kiki’ se había convertido en una adolescente. “Sobresalía por su belleza. Sus ojos azules, sus cabellos monos, pero sobretodo, por su alegría y muy buena amiga. Era también muy educada”. En esa época (comienzo de los años 40) sus padres vivían en la calle 8 con avenida sexta, frente a donde quedaba el colegio de La Presentación. Y “allá íbamos a celebrar sus cumpleaños. Siempre nos invitaba, pero la condición era ir disfrazados. Era una fiesta inolvidable”.
Cúcuta para esa época llegaba hasta lo que hoy es la Avenida Cero, algunas calles estaban empedradas, el tren era el único que irrumpía el silencio de la ciudad. La oficina principal del ferrocarril de Cúcuta estaba en la esquina de la avenida 6 con calle octava. Por la avenida séptima pasaba el tren para ir hasta la próxima estación. Con el tiempo, en este lugar se ubicó una llave pública de agua, donde se aprovisionaba los habitantes del barrio El Callejón.
Los carros eran escasos y por eso quedan en libertad de montar bicicleta en horas de la tarde, después de hacer las tareas.
Los paseos a Tibú fueron frecuentes en las vacaciones. Por lo general iba a los campamentos de la Colombian Petróleum Company acompañada de Cesira, Lucila, Sofía, Gladys Ramírez y una o dos mamá del grupo. “La vigilancia era estricta”, dice Gladys, una de sus contemporáneas amigas de Carolina Isakson, quien, a pesar de la distancia, la tomó por sorpresa su fallecimiento, el martes 24. Hacía mucho tiempo no la veía. Los últimos años que pasaron juntas fue en el 86, durante la campaña presidencial de su esposo Virgilio Barco Vargas.
Muy buena amiga
“Más que elegante, bonita y fina, Carolina Isakson fue una muy buena amiga. Su belleza no sólo fue exterior sino interior. Era íntegra y educada”. Así la describe Yolanda Corinaldi de Vásquez, quien también formó parte del grupo.
Yo empecé el desorden
Clara Laura Morelli de Vásquez guarda, también, gratos recuerdos de Carolina Isakson. Sentada en su casa con las dolencias propias de la edad extrajo de su memoria anécdotas vividas en los años 40 y mandó a uno de sus nietos a buscar fotos del álbum.
En 1943 partió de Cúcuta, después de estudiar unos años en el Colegio Santa Teresa y otros en su casa con profesores y bajo la tutoría de su mamá y abuela, a estudiar la secundaria, interna, en Castilleja School, ubicado en Palo Alto, California. Allí se preparan las adolescentes que desean ingresar en las principales universidades norteamericanas.
Pero regresó a Cúcuta a cumplir con otro compromiso: contraer matrimonio con Virgilio Barco Vargas.
El matrimonio de Clara Laura Morelli fue primero que el de Carolina Isakson. La diferencia fueron quince días. “Yo empecé con el desorden. Por eso (el sábado primero de julio de 1950, a las 10:00 de la mañana) no pude asistir a la boda. Mientras ‘Kiki’ se casaba (en la Catedral de San José) yo me encontraba de luna de miel”.
Ese matrimonio fue muy sonado. El periódico Comentarios, dirigido por José Manuel Villalobos, lo registró en la primera página bajo el título “La ceremonia nupcial de hoy” y decía que “él es un caballero de la mayor distinción y nobles atributos y ella, una dama de singulares encantos, formado en el ambiente de un hogar dignísimo. Sus padrinos fueron: Carl Oscar Isakson y su señora esposa Alicia; Julieta de Barco y el doctor Armando Suárez Peñaranda; Idda Barco de Escobar y el doctor Manuel José Vargas”.
Lo que más tiene en la retina del recuerdo son los paseos al puente internacional Simón Bolívar, vía a San Antonio del Táchira. “Armábamos el grupo. Llevábamos comida y un tocadisco. Aprovechábamos la luna llena para estar hasta las diez de la noche. Esa era la hora máxima que nos dejaban nuestros padres. Nos ubicábamos antes del puente. Era un hermoso paisaje con palmeras. ‘Kiki’ era muy hermosa y muchos jóvenes la admiraban, pero ella sólo tuvo de novio a Virgilio Barco. A nadie más le paró bolas. Fue una época fantástica a pesar de que siempre teníamos que salir acompañados de nuestros padres.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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