Jhon Jairo Jácome Ramírez
Luego del escándalo que se generó en Cartagena por culpa de un agente del Servicio Secreto de los Estados Unidos que se negó a pagarle a una prostituta por los servicios prestados durante una noche de sexo y alcohol, la fama de La Ciudad Amurallada como lugar que ofrece turismo sexual a los extranjeros, volvió a quedar en evidencia.
En Cúcuta, con el caso de la ‘cumbre’ sexual, la nostalgia de algunos habitantes se hizo evidente al recordar que aquí, en la frontera, también existió un negocio, muy rentable por decir lo menos, cuyo epicentro era precisamente ese, el del turismo sexual.
Al mencionar el nombre de La Ínsula, los recuerdos de esas noches cargadas de sexo y alcohol invaden las memorias de cientos de cucuteños que, hace más de 40 años, frecuentaban la que era conocida como una de las más famosas zonas de tolerancia del país. A los nombres de lugares como Casa de Muñecas, El Campestre, Los 7 velos, La Quinta, Viejo Tango, Los Arbolitos, El Lago, Metrópoli, Caracol, El Paraíso, El Dandy, El Katunga, El Kalié, El Torrente, entre otros, van ligados los rostros de cientos de mujeres hermosas que los adornaban para el delirio de propios y extranjeros.
Todos estos sitios, encallados a las afueras de la ciudad, fueron estratégicamente ubicados sobre la vía que comunica a Cúcuta con San Faustino, en lo que era entonces el corregimiento de El Salado. En la década de los años 60, ir a La Ínsula significaba salir de Cúcuta para disfrutar de los placeres terrenales.
“Quizás por estar allá, lejos, la gente nunca se opuso a este lugar. Además, algunos de los propietarios de estos sitios eran reconocidos personajes de la ciudad que vieron una oportunidad increíble de hacer fortuna con el negocio del entretenimiento”, manifestó un cucuteño de 69 años que, sin ruborizarse, sostiene que en su juventud fue bastante ‘putón’.
Antes de que el sector de La Ínsula se consolidara como el epicentro de la prostitución en Cúcuta, existieron otros puntos que, ante el rechazo generalizado de la sociedad, fueron desapareciendo paulatinamente. Una de las primeras zonas de tolerancia conocidas en la ciudad fue la que se llamó El Hormiguero. Estaba ubicada en la calle 10 entre avenidas 16 y 18. De allí, ante la presión social, esta zona se fue desplazando hacia el barrio Magdalena, que fue también zona de tolerancia. Sin embargo, siendo secretaria de Gobierno municipal Ligia Echavarría, los lugares que allí se habían abierto fueron cerrados.
A raíz de esto, se fueron consolidando otras dos zonas que, más de 40 años después, aún conservan los rastros de la época dorada que vivieron en medio del derroche que la frontera experimentó gracias a la bonanza del bolívar. Una de estas zonas fue la conocida como La Guayabera, formada alrededor de la Terminal de Transportes de Cúcuta y en la que aún hoy existen algunos sitios que se resisten a cerrar sus puertas. La otra zona fue La Ínsula, el paraíso del sexo, el alcohol y las drogas en la década de los años 60, 70 y 80.
También hizo historia en esta zona el ecuatoriano Guillermo Garcés, alias La Perica, quien todas las tardes era visto por el centro de la ciudad rodeado de mujeres que compraban cuanto accesorio veían en los almacenes. Todas ellas eran trabajadoras sexuales de La Ínsula que La Perica protegía.
Una de las anécdotas que más recuerdan los cucuteños que frecuentaban los bares de La Ínsula, es la que tuvo que ver con el paro de tres días decretado por la muerte de una trabajadora sexual. “En el hotel Palace del centro de Cúcuta apareció muerta una prostituta. Por esta razón, todas las empleadas de los bares que funcionaban en La Ínsula decidieron cerrar sus piernas, literalmente, durante tres días para exigir justicia”.
Este hecho fue el preámbulo del cierre total de esta zona de tolerancia que trascendió las fronteras locales para lograr posicionarse en el país e incluso Venezuela.
Y fue precisamente después de ese innombrable ‘viernes negro’ de febrero de 1983, cuando el bolívar registró su peor caída, que los venezolanos, asiduos visitantes de estos lugares, decidieron no volver más. Con su ausencia, el negocio se tornó ‘pesado’ y las mujeres buscaron nuevos horizontes cruzando hacia el vecino país o retornando a sus lugares de origen.
Con su partida, muchos corazones quedaron rotos, muchos bolsillos quedaron vacíos y muchas casas se volvieron ruinas.
Y,¿el partenón en el centro?
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