Daza lo sustituyó por otro igual que bautizó como Bolívar. Le costó 13,000 dólares y unos estadounidenses se lo trajeron. Le cabían dos pasajeros.
En los planes de Daza no estaba el de permanecer en Cúcuta con el Bolívar realizando vuelos de recreación. Desde sus comienzos como piloto decidió desempeñar un papel de importancia en el desarrollo colombiano. “Yo no puedo vivir sin ser aviador... y el único porvenir de los transportes en Colombia es el aeroplano”, escribió en una famosa carta.
Su ambición era establecer el transporte aéreo entre ciudades, y Norte de Santander resultaba un medio reducido para este objetivo.
Así, el novel piloto optó por llevar a cabo un vuelo de crucero a su natal Pamplona.
Aquel vuelo de buena voluntad no registraba antecedentes. La ubicación de Pamplona, rodeada de montañas, constituía un riesgo. Pero Daza no se arredró. Conocía las condiciones de su solar, y sabía que debía satisfacer su ambición de llegar a casa en avión.
La prensa de Cúcuta se encargó de difundir a grandes titulares la noticia de lo que sería una proeza del arriesgado piloto. En el mundo, la aviación era una actividad tan nueva que en muchos países no se sabía de su existencia.
En Pamplona, las gentes se entusiasmaron hasta el delirio, y organizaron una recepción de héroe para alguien que por muy poco tiempo sería de los suyos.
En un paraje del sur urbano, cuadrillas de trabajadores voluntarios se dedicaron a la limpieza y nivelación del terreno donde caería el ídolo naciente.
Seguían al milímetro las instrucciones que Daza les impartió con anterioridad.
Era el único lugar apropiado para la maniobra, teniendo en cuenta que la ruta de aproximación sería por el cañón del río Pamplonita, siempre y cuando la neblina despejara lo necesario para permitir la visibilidad.
En Cúcuta, en el campo de Cazadero se congregaron todas las autoridades, las corporaciones públicas, los periodistas, el clero y los establecimientos educativos, y numeroso público.
El resto de la ciudad estaba desolado, con las gentes camino a Cazadero.
Daza ocupó la cabina de mando del Bolívar. Eran las 10 de la mañana.
Minutos después de que sus auxiliares le ayudaran a prender el motor de su aeroplano de madera, hierros y lona, llevó la máquina hacia la cabecera de la pista.
Y despegó. Ya en el aire, evolucionó sobre el campo y premió a la concurrencia con una impecable demostración de acrobacia. Enrumbó luego al sur, en ascenso y en ruta a su destino, siguiendo la hoya del Pamplonita.
Cuarenta minutos más tarde el Bolívar se aproximaba a Pamplona, iluminada en esta ocasión feliz por un sol esplendoroso.
A la vista del avión los pamploneses enloquecieron de alborozo, asombrados ante la realidad que presenciaban.
En la intimidad, muchos consideraron el vuelo un imposible.
Como nunca antes Daza dio rienda suelta a toda su pericia de piloto y se enseñoreó del cielo de la ciudad de Ursúa, a título de maestro insuperable de la acrobacia aérea, hasta agotar prácticamente la reserva de combustible, y se enrumbó hacia la pista.
Quizás lo que vio lo paralizó: emocionados, sus paisanos habían invadido la franja de tierra preparada para el aterrizaje, en candorosa expresión de euforia de centenares de personas que querían ser las primeras en abrazar y felicitar al héroe.
En vano, Daza intentaba advertir que debían apartarse para despejar la entrada del avión, pues a cada pasada a baja altura respondían agitando los pañuelos y desplegando las banderas patrias.
Hubo un momento en que alguien comprendió lo que el piloto pretendía indicar y con la intervención de la policía obtuvo que la multitud diera vía libre al Bolívar.
Más, en el instante en que el aeroplano estaba a punto de tomar tierra, una nueva marejada humana se extendió sobre la pista. Daza sólo tuvo una salida: arborizar sobre un frondoso cerezo, que evitó lo que pudo ser una tragedia.
Como un gran pájaro herido, el avión quedó con la hélice y las alas destrozadas y el motor casi desprendido. El fuselaje y las ruedas quedaron para reparaciones importantes.
Luego de una corta incertidumbre, con algunas contusiones, de entre las ruinas del avión surgió Camilo Daza. Se le notaba preocupado por el avión, pero nada dijo.
Centenares de brazos que lo rodeaban lo impidieron.
La multitud izó en vilo a su héroe y en cortejo triunfal lo llevó al pueblo, donde comenzó una semana de celebraciones con viso de carnaval.
En medio de la fiesta, nada parecía importar el grave percance ocurrido al Bolívar. Pero en los bailes realizados en los clubes sociales, en las verbenas, en las funciones teatrales y hasta en las mismas iglesias, se recolectaron fondos destinados a la reparación del biplano accidentado.
Concluidas las festividades, como experto mecánico, Daza se apersonó de las reparaciones que la máquina demandaba y que coparían tres meses de intensa labor. Como en todo el territorio colombiano no existían accesorios adecuados, los repuestos en primer término se encargaron con carácter urgente a la fábrica Curtis de Estados Unidos. Costaron más de 3,000 dólares.
A los mejores carpinteros de pamplona se les encomendó la confección de los largueros estructurales para reponer los que habían quedado rotos.
Con yute fueron remplazadas las lonas desgarradas que cubrían los alerones y los planos. Cables del sistema de alumbrado se utilizaron para suplir los templetes reventados, y tacones de caucho sirvieron para acondicionar los amortiguadores del tren de aterrizaje.
Cuando los trabajos quedaron terminados, el Bolívar lucía tan reluciente como en sus mejores tiempos… pero más resistente y con 60 libras más de peso.
De aquella jornada, en el patio del Seminario Mayor de Pamplona quedó como testimonio la hélice semidestruida. Y el recuerdo de un vuelo histórico como pocos.
No son abundantes los biógrafos de Camilo Daza Álvarez, seguramente por su actividad. Pese a los méritos que tuvo por su hazaña profesional, pocos le prestaron atención.
Campesinos, mercaderes, comerciantes y algunos industriales conformaban la población activa y laboriosa de Pamplona, que se caracterizaba por sus nobles virtudes y acrisolada honradez, por el mutuo respeto a las personas y sus bienes, por la fe religiosa de la que eran fervientes practicantes y por aquel cierto orgullo regionalista que los impulsaba a la superación y el progreso.
En ese ambiente nació Camilo Daza, el 25 de junio de 1898, en el hogar formado por Antonio Daza y doña Elisa Álvarez.
Camilo Daza fue el primer colombiano que en el año 1919 pilotó un avión, y es considerado el precursor de la aviación colombiana, y es toda una historia de vicisitudes y de glorias, por la grandeza de un ideal soñado y ambicionado, la aviación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario