Pues bien, habida consideración de la importancia que para la vida republicana y el porvenir del país representaban los futuros ciudadanos que se formaban en los colegios y escuelas de la nación, el gobierno nacional instauró en 1924, la Fiesta del Estudiante.
Esta festividad se había establecido para que los estudiantes, en particular los de bachillerato, tuvieran la oportunidad de realizar las actividades extracurriculares que enriquecieran su acervo y a la vez, sirviera de solaz esparcimiento en épocas previas a la terminación del respectivo periodo lectivo, por esa razón la fiesta en mención fue programada durante el mes de septiembre de cada año.
En el Norte de Santander, dicha fiesta tuvo un buen recibo por parte de las autoridades académicas, quienes brindaron todo su apoyo para la realización del magno evento, particularmente por dos razones; la primera, porque se trataba de incentivar la mayor participación de personas en las escuelas y colegios, toda vez que la tasa de analfabetismo en el país sobrepasaba el 50% y ello representaba grandes problemas para su desarrollo. La segunda razón, era que no había muchos estudiantes, razón por la cual los gastos del erario no presentaban mayores dificultades.
Así pues, la primera Fiesta del Estudiante se realizó de acuerdo con lo programado y resultó bastante animada con la presencia de 57, entre estudiantes del Colegio Provincial de San José y de la Escuela Normal Nacional de Institutores de Pamplona, que hicieran a la capital del Departamento. En 1924, septiembre por más señas, los traslados entre las dos ciudades eran toda una aventura. Cuando se iba de paseo, como era este el caso, se cumplía por etapas, como quien dice por entre las tiendas, que dicho sea de paso, eran una constante a lo largo de la carretera que serpenteaba por entre las breñas de la Cordillera Oriental, necesarias para abastecer de provisiones a los escasos viajeros que se aventuraban a tales desplazamientos. La programación desarrollada por los estudiantes pamploneses se centró en algunas actividades deportivas y culturales que se escenificaron en las pocas instalaciones que para el efecto existían en la ciudad. Se tiene noticia de un encuentro futbolero en la cancha donde hoy está el Parque Nacional, sin más detalles. El retorno a Pamplona se hizo en el ferrocarril del sur hasta la estación La Esmeralda en el kilómetro 21 y de ahí hasta la ciudad mitrada en uno de los pocos vehículos que hacían el trayecto y que había sido contratado previamente por la alcaldía de Pamplona para recuperar sus estudiantes.
El entusiasmo que produjo esta conmemoración hizo que se proyectara, desde ese mismo momento, el evento que sería desplegado el año siguiente y que sería la visita de los estudiantes cucuteños, en reciprocidad a sus colegas de Pamplona.
Para la segunda Fiesta del Estudiante se había acumulado la experiencia de la primera y por ese motivo, otras actividades de mayor relevancia fueron establecidas para beneficio de los festejados.
En las cercanías de Pamplona, en el sitio denominado Corral de Piedra, una comisión de 20 jinetes recibió a los estudiantes para acompañarlos hasta la entrada del pueblo, donde una comitiva de automóviles que conducían, el gobernador, general Rafael Valencia, el prefecto de la provincia, general Pedro Eduardo Díaz, el Alcalde José Ángel Contreras y los sacerdotes Jesús Jaimes y José Rafael Faría, así como los representantes de las autoridades militares los esperaban para darles la bienvenida.
Definitivamente, era todo un lujo y un privilegio especial ostentar la condición de estudiante y en particular, la de futuro bachiller. Todas las manifestaciones que le brindaban, no sólo las autoridades sino el público en general, a un grupo de personas que por el hecho de tener una distinción que en ese momento era propia de una élite, no dejan de asombrarnos hoy; afortunadamente esa época fue sorteada con éxito y hoy gozamos de los beneficios que nos brinda el acceso a una educación gratuita y obligatoria para todos, aunque surjan algunas dudas al respecto.
A la entrada del colegio Provincial, los cansados estudiantes fueron recibidos con discurso incluido por parte del padre Faría al que respondió el rector León García-Herreros y cuando creían que la bienvenida había terminado, apareció la Banda Municipal para ofrecerles una retreta justo frente al edificio principal del colegio, de manera que tuvieron que soportar con estoicismo juvenil las notas que con gran entusiasmo les brindaba la orquesta dirigida por el maestro Celestino Villamizar, ilustre director de la organización musical. Imagínense ustedes al grupo de nuestros muchachos calentanos, con saco y corbata, tal vez prestados para muchos de ellos, en el gélido atardecer pamplonés, después de largas horas de viaje en un vehículo modelo de los años 20, posiblemente un modelo T de Ford, acondicionado como autobús, por la destapada carretera a Pamplona; afortunadamente el programa terminó con la retreta y con la acomodación en sus respectivos alojamientos para finalizar con una frugal cena que compartieron con sus colegas del colegio anfitrión. No hubo salidas ni “voladas”, en parte por el cansancio producido más por las manifestaciones de bienvenida, a la que no estaban acostumbrados que por las circunstancias propias del viaje.
El día siguiente no fue menos intenso. Después de la santa misa, que por entonces era de obligatoria asistencia diaria en los colegios de la congregación de los Hermanos Cristianos, incluidos feriados y dominicales a los que había que asistir con el uniforme de gala, la Alcaldía había organizado un desfile con carrozas alegóricas a las bellas Artes y otras actividades, cada una de ellas presidida por su musa respectiva. Así pues, la primera, encabezada por la bella Hortensia Camargo representaba la “Juventud espigando los campos de la Ciencia al amparo de la religión católica”, le seguían las carrozas alegóricas a las Bellas Artes así: la imaginación creadora presidida por la musa Margarita Gallardo, la música por la hermosa Victoria Leal, la poesía cuya musa estuvo representada por la agraciada Teodolinda Bueno, la pintura representada por la guapa Rosa Bautista y cerrando el cortejo, la musa de la escultura la no menos atractiva Josefina Torrado. El desfile se realizó desde el Provincial siguiendo la Calle Real hasta el Palacio Episcopal donde fueron recibidos por Monseñor Afanador y Cadena y a quien le ofrecieron la adhesión de la juventud estudiantil en alocución que le ofreciera el joven Pedro Antonio Prada a nombre de sus compañeros y en general, de todos los estudiantes. Ya entrada la noche, los estudiantes fueron trasladados a su lugar de residencia bajo la estricta vigilancia del personal de profesores que los acompañaban.
El miércoles 22 de septiembre se programó una jornada deportiva en las horas de la mañana. Se organizaron unos partidos de fútbol y básquetbol y finalizando la mañana realizaron una becerrada, durante la cual los más arriesgados mostraron sus dotes con el capote aunque varios recibieron más revolcones que aplausos.
Antes del almuerzo, se presentó una comisión del Concejo Municipal para saludar a los excursionistas y entregarles el Libro de Oro de la ciudad, en el cual se mostraba el registro fotográfico de los principales monumentos y los edificios más importantes. La entrega del documento fue formalizada por el presidente del Cabildo Francisco Lamus Lamus y respondida por los agasajados en la persona del profesor Luis Eduardo Romero. En las horas de la tarde visitaron el Museo Diocesano y fue el padre Rochereaux el encargado de explicar el significado de cada una de las especies allí exhibidas.
Se despidieron el día 23, pues tenían programado entrar de visita a Bochalema en donde el alcalde Carlos Julio Cote se había comprometido a recibirlos y brindarles la alimentación, así mismo, consiguió alojarlos en casas particulares donde tuvieron la oportunidad de intercambiar vivencias con los residentes. Al día siguiente, el viernes 25 ya de regreso, cerca de Los Vados, en el puente Caldas, uno de los automotores se volcó y en el accidente resultó muerto el estudiante Juan Maldonado Romero y heridos otros cuatro sin mayores consecuencias, salvo que este acontecimiento enterró definitivamente la realización de excursiones y por ende, la celebración que tan exitosamente se había adelantado en el pasado. En los años siguientes, la Fiesta del Estudiante fue languideciendo al punto de desaparecer por completo de la agenda tanto oficial como de los colegios. Sólo con la modernización de la educación y la presión de la Comunidad de los Hermanos Cristianos se logró la oficialización del Día del Estudiante, el 15 de mayo, fecha en el santoral de la celebración de San Juan Bautista de la Salle, patrono de la Congregación.
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