Gastón Bermúdez V.
(Tomado del libro inédito LAS
VIVENCIAS DE MI AMIGO - Gastón Bermúdez V.)
Mi nombre es Carlos. Los relatos
de noviembre de 1969 que les contaré a continuación, están dedicados a todos mis
compañeros bachilleres de 1966 del colegio Sagrado Corazón, ya no tengo nada
que perder, salvo mi corta vida restante y el amor de mi vida.
A veces pasan
muchos años sin mayores complicaciones, y que de pronto en un segundo nos
ocurre todo, que quizá nunca vuelva a ocurrirnos.
Un 11
de noviembre, hace 40 años.....dormí en una pobre posada en los alrededores de
la terminal de transportes de Cúcuta.
Yo tenía unos dólares, con los que
arranqué a San Antonio para comprar cositas necesarias para una posible
supervivencia si nos fallaba el charter a La Habana. No falló, y gracias
a Dios aún estoy vivo.
El 12
de noviembre me lo metí leyendo periódicos y revistas en la pobre posada que
les mencioné. La nueva reina de la belleza colombiana se llamaba María Piedad
Trujillo, una muchacha escuálida y pequeñita que quién sabe qué ha sido de su
vida.
Por la noche salimos, un compañero y yo, a ver una película
en el Rosetal. La comedia se llamaba algo así como Operación Salchicha, con Bob
Hope de protagonista.
Al salir nos tomamos tres cervezas por ahí, fuimos a
dormir y la matrona de la posada nos despertó a las 7 de la mañana del 13.
Nos
dimos el lujo de tomar un taxi y llegamos al aeropuerto de Cazadero. Uno de mis amigos de verdad del barrio San Luis, esculcó mi equipaje y me
dijo: Buen viaje, Carlos. Que Dios lo lleve con bien! …
Como
en esa época no existían los controles electrónicos actuales, las mujeres que
nos acompañaban ataron con esparadrapo, en sus entrepiernas superiores, las armas
de fuego que nos ayudaron a llegar a Cuba.
Ya les dije que me he arrepentido de
tanta temeridad y falta de respeto por mis congéneres. Lo pagué con creces y
aún hoy lo sigo pagando. Sin contar lo que ocurrió después. Qué barbaridad!
Cuando
vimos por las ventanillas el Magdalena Medio, El Jefe, uno de nuestros
compinches, se levantó de su asiento y simuló arreglar la válvula de aire. El
Bravo, otro compañero nuestro, ávido y muy guapo, cogió por la cintura a la
primera azafata que se le atravesó en el pasillo, le puso una navaja en el
cuello, la arrastró hasta la portecilla de la cabina, la rompió de una patada,
derribó a la muchacha y entró pistola en mano y le dijo a los pilotos: Buenos
días, compañeros ¿ustedes tendrían la amabilidad de llevarnos a Cuba?
Cuando
El Bravo le preguntó a los pilotos y al ingeniero de vuelo si ellos tendrían la
bondad de llevarnos a Cuba, el avión ya estaba tomado por El Jefe y sus
secuaces, con no menos de 7 armas cortas y visajes rabiosos, como los que
suelen emplear los colombianos cuando nos joden de a mucho.
Al
minuto un teniente de la policía ya había sido despojado de su 38 largo y los
pasajeros inocentes obligados a amarrarse muy apretado el cinturón de seguridad
y colocar las manitas sobre el respaldo del asiento delantero.
El que quisiera
desaguar por entrambos canales (Cervantes y su Quijote nos inspiraron con su
frase genial), anunciamos, debía hacerlo allí mismo o esperar mejores momentos.
No
maltratamos a nadie, no dijimos ni una sola grosería. Nos portamos muy bien,
como buenos discípulos de de los hermanos de La Salle. La violencia enseñada
sólo tenía el objetivo de aplacar a los viajeros y evitar sublevaciones de
imprevisibles consecuencias.
La táctica dio resultado. Tanto, que al llegar a
Cuba los pasajeros y sus malignos secuestradores parecían amigos entrañables de
muchos años. Éramos prácticamente hermanos y nos desearon la mejor suerte del
mundo y un posible reencuentro futuro.
Pese
a nuestra buena conducta y caballerosidad, estoy arrepentido de tan abominable
pecado. En enero de este año me confesé con el padre Maye, jesuita de 82 años,
y al regresar de Colombia lo hice con el Padre Félix, franciscano de 43.
Tomasito
Restrepo, el capitán de la nave le respondió a El Bravo: claro que sí, tigres, yo
los llevo adonde ustedes quieran, y ordenó al copiloto comunicarse con la torre
de control de Barranquilla.
El ingeniero de vuelo, más feliz que marrano
estrenando lazo, se dispuso a trazar coordenadas, estimados de tiempo,
necesidades de combustible y bastimentos, y a poco ya parecía uno más de
nuestro equipo. Nos ayudó mucho y distendió el ambiente, un tanto agravado por
la forma de comer de El Bravo, quien en la cabina ensartaba con su navajón
pedazos de las sardinas que yo había comprado en San Antonio.
En
aquel DC-4 iban parlamentarios colombianos, comerciantes de altura,
diplomáticos belgas, monjas europeas, mi amigo el sargento de primera retirado
Celso Silva (cuando El Bravo entró a la cabina don Celso se levantó para
protegerme y al verme revólver en mano arrugó la cara y se sentó estupefacto) y
muchos personajes más.
Ah!, y también iba el teniente de la Policía Nacional
Colombiana, quien no tuvo la valentía de sacar su arma y defender a su gobierno
de turno. Se defecó de miedo. En Santiago de Cuba hubieron de hospitalizarlo
para detener sus diarreas. Le suplicó a los cubanos que le devolvieran su arma,
porque no podría aguantar tamaño deshonor.
Los cubanos le devolvieron su 38
largo, sin balas, las que entregaron al capitán de vuelo Tomasito Restrepo,
para que las restituyera al teniente antes de decolar en Bogotá. ¿Ustedes creen
que con este tipo de hombres pueden hacerse guerras justas o injustas? Vaya,
prefiero meterme a marica viejo y sin remedio.
Al
llegar a Barranquilla el capitán Tomasito Restrepo parqueó el DC-4 en la
cabecera de la pista más larga, tal y como se lo exigimos.
Al rato vino un
carro cisterna con mucho combustible, mapas del Caribe, gaseosas y sandwichs
para los pasajeros, que estaban partidos del hambre. El Jefe ordenó que
nosotros no debíamos ni tomar agua, y le obedecimos.
Una señora que venía en el
avión en estado avanzado de gravidez nos suplicó que la dejáramos bajar. El
Jefe me consultó el asunto y le dije que sí, que debíamos dejar a la señora en
Barranquilla, pese a que en el avión viajaban unos 3 médicos y estaban
dispuestos a asistir un parto prematuro.
Y quién te dice que al abrir la
portezuela y bajar la escalera del DC-4 para dejar salir a la señora, su marido
bajó volando de 4 en 4 escalones y corrió como Alvaro Mejía rumbo a las
instalaciones del aeropuerto, abandonando a su esposa y a su nonato.
Fue tanta
nuestra ira que El Jefe le apuntó al tipo, pero su esposa puso su cuerpo
delante del arma y pidió clemencia. Recuerdo que le dije a la muchacha
embarazada (tendría unos 25 años): Usted no se merece ese hombre. Debería
cambiarlo. Ella lloraba, sonrió y bajó lentamente la escalera, ayudada por uno
de los muchachos de Ecopetrol que trajeran el combustible y los bastimentos.
Cuando
el avión abandonó Barranquilla y ya estaba en el Mar Caribe, los pasajeros
colombianos comenzaron a cantar el Himno Nacional y las Brisas del Pamplonita.
Qué oso, qué pujo, pensaba yo, mientras disfrutaba de las cosquillas que una
azafata jovencita muy linda me hacía por debajo de la camiseta azul que Ciro
Prato, un compañero de colegio, me
trajera de Maicao, tres años atrás.
Y en esas sobrevolamos el Caribe, pasamos
sobre Kingston y nos aproximamos a la costa cubana. Tomasito nos aconsejó
aterrizar en Santiago de Cuba y le hicimos caso.
Cuando
llegamos a Santiago de Cuba al atardecer del 13 de noviembre de 1969, el DC-4
de Avianca estaba cansado. El capitán, Tomasito Restrepo, todos los pasajeros y
la tripulación de la aeronave (nunca olvidaré a la azafata jovencita y muy
bella que se me pegaba y me decía que mis ojos combinaban con la camiseta azul
que yo vestía. Como ya les dije, esa camiseta me la trajo Cirito Prato desde
Maicao y mi papá se la compró a precio módico. Cirito se perdía de vez en
cuando en sus aventuras primeras, antes de las nuestras) estaban felices. Pero
nosotros no.
Se abrió la portecilla del DC-4 (para mí el mejor avión del mundo
porque puede volar y maniobrar con un solo motor. Por eso lo escogimos y
Güavita nuestro compañero de bachillerato ya piloto, se salvó. El Jefe me
consultó acerca de la posibilidad de que el flamante piloto nos llevara en un charter
hasta Santiago de Cuba.
Entre varios lo disuadimos por dos razones: Luis
Eduardo Bermúdez no tenía aún nave apropiada ni la experiencia suficiente para
sortear el Caribe turbulento de esos meses ...octubre y noviembre….. y además
lo podíamos perjudicar muchísimo, porque de aceptar, a su regreso, al salir a
la luz su relación estudiantil con nosotros, nadie creería que hubiese sido
obligado a dar ese paseo) y se nos encaramaron tres mulatones de verde olivo y
una muchacha del mismo color con el añadido de una bata blanca de médico.
¡Quiénes son los secuestradores!, preguntó el más grandote. Nosotros!, dijo El
Jefe con firmeza...
El Cap. Luis Eduardo Bermúdez seguramente
extrañado de los protagonistas del secuestro del avión, comentando con los compañeros
de trabajo.
Bueno,
pues bájense, nos ordenaron, y los pasajeros dejen ahí sus pertenencias, y ni
se les ocurra ninguna tontería. Yo, que andaba en la retaguardia del avión,
miraba y remiraba a El Jefe con ojos de náufrago.
Los cubanos de Tropas nos desarmaron y condujeron a un
patio grande, detrás del edificio principal, y nos hicieron subir a cuatro
vehículos de los años 50.
Nos pasearon por una carreterita sinuosa mientras yo
miraba y remiraba a 3 de mis compañeros que me tocaron en ese paseo nefasto. Yo
me preguntaba: ¿Qué ¨hijuemadre¨ es esto? ¿Este es el fin? ¿Me habré
equivocado?
De repente el carro en que yo iba cogió una curvita de terraplén,
se bajaron los malos y nos ordenaron salir. Nos llegó la Parca, por ser tan pendejos,
pensé.
Los malos se quitaron las chaquetas, las tiraron al
piso y nos abrazaron y nos levantaban en vilo mientras gritaban:
¡Cojones,
compañeros, los estamos esperando desde la primera señal de Barranquilla! El
tiempo está malísimo y los estuvimos monitoreando por todo el Caribe. ¿Quieren
fumar, algo de comer, una cerveza?
Se me bajaron los mocos y no atiné a otra
cosa que a abrazar y reabrazar a los mulatos malos. Me salvé una vez más!
Reflexiones
En
cuanto al aspecto jurídico tocante a los secuestros, yo no debo nada: era menor
de edad; en aquel entonces el código penal colombiano no tenía tipificado ese
delito; además los circunscritos fueron amnistiados durante el gobierno del
doctor Belisario Betancourt, en virtud de su connotación política...
Además,
y por encima de todo, ya bastante he pagado por eso: un extrañamiento y una
nostalgia que ustedes no son capaces de imaginar. Me siento feliz en Cuba y
nunca la abandonaré, pero me siento desgarrado cuando despierto de pronto en
las madrugadas y no puedo conciliar el sueño porque no puedo ver esas montañas
de mi corazón. Ni verlos a ustedes y a mis hermanos y a mis sobrinos y a mis tantos otros amigos
cuando me dé la gana. Así mismo es.
La pena que me hubieran impuesto por mis
tropelías, jamás sumarían en años de cárcel a los que yo he pasado fuera de
Colombia.
Pido perdón si alguna vez colaboré en el desarrollo
incontrolable de este estado de cosas. Pero fue hace tiempo y he pagado
duramente mis errores. Mis ideas altruistas sí que no han cambiado nunca. Sólo
les pido que analicen con seriedad y dedicación nuestra historia colombiana.
Epílogo
Nuestro amigo y compañero Carlos se nos adelantó cuando
se ahogó en una playa de Cuba el 27 de agosto de 2010, vivió siempre convencido de sus ideas
verdaderamente solidarias para con el prójimo y nunca las traicionó. Pregonó entre nosotros hasta el último
momento: El amor sincero y sin tapujos, la solidaridad hacia los necesitados y
la honestidad con nuestros semejantes.
Como dice parte de
nuestra oración:
…Pudo posiblemente ser mejor,pero…
tal vez no supo hacerlo.
Sólo sé que nunca quiso
hacer el mal ¨.
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