He seleccionado la descripción de los hechos relatados por Eduardo Zuleta en su biografía del presidente López Pumarejo: ”cuando el presidente resolvió ir a Pasto a presenciar las maniobras militares tenía información de que sería víctima de un golpe armado. ¡Y no se acobardó!
Quería definir la situación política para saber si la oposición, invitando a la revuelta y al magnicidio, prevalecería, o sí, al contrario, la opinión pública respaldaría al régimen elegido democráticamente, impidiendo que la soldadesca rebelde sirviera de instrumento a los enemigos de la “mudable tiranía de las mayorías ocasionales”, como calificaba el senador Gómez a los gobiernos escogidos por el pueblo.
En la noche del 9 de julio, estando el presidente y su comitiva alojados en el Hotel Niza, en Pasto, escucharon a unos reclutas que gritaban “mueras” y “abajos” al gobierno.
En la madrugada del día siguiente, lunes 10 de julio, el coronel Luis Agudelo despertó a López y a su hijo Fernando con estrepitosos golpes en la puerta, para informarles que el Ejército se había rebelado. López quedó a merced de la sedición.
Superadas ciertas dudas sobre a dónde llevarlo, finalmente lo condujeron a la hacienda de los hermanos Bucheli, en Consacá, quienes lo recibieron con las debidas consideraciones.
“Todo parecía sonreírnos; menos los soldados que se agrupaban en el patio de la casa, mirándonos con ojos de pocos amigos. No me saludaban, ni hacían ademán alguno de reconocerme. Según me contaron en las horas de la noche, les habían asegurado que yo los tenía vendidos a los Estados Unidos, unos a $5 y otros a $10 por cabeza, y que había ido a Tumaco precisamente a visitar los buques en que deberían ser trasladados a pelear contra el Japón”.
Echandía tomó posesión de la Presidencia y a las 7 y 30 de la noche Alberto Lleras, con el poder de su talento y la autoridad de su voz, se dirigió al país por la Radio Nacional para informarlo sobre el fracaso del golpe.
Dijo que un oficial de segundo nivel, el coronel Diógenes Gil, se había rebelado, desconociendo la constitución y la jerarquía militar, pretendiendo usurpar la dignidad de la Presidencia.
Con lo que logró incitar rivalidades entre los oficiales de más alta graduación: aunque algunos simpatizaron con el levantamiento, no toleraron que un subordinado, violando el escalafón, osara aspirar a una posición superior y condenaron el cuartelazo.
Mientras tanto, en Nariño, la conjura adquiría visos de astracanada. No sabiendo qué hacer con el tigre que tenían agarrado por la cola, el vacilante coronel Gil, pretendiendo mantener la iniciativa dispuso el traslado de López a Popayán y encargó de esa tarea al capitán Rafael Navas Pardo.
Adelante de Yacuanquer, López y su comitiva se encontraron con una caravana militar, en la que venía el coronel Gil, quien ofreció solucionar el problema si se absolvía a los oficiales comprometidos, y a él ¡se le nombraba Ministro de Guerra por un mes! Gil estaba destruido anímicamente.
Para el presidente López el peor momento había pasado. A continuación se trasladaron a Yacuanquer y desde su oficina telegráfica intentaron comunicarse con Pasto o Túquerres.
En esas estaban cuando el capitán Navas Pardo informó que el coronel Gil se había entregado prisionero. Otra conspiración, que esta vez había llegado hasta el cuartelazo, fracasaba.
Pero eso no era todo. No se había tratado de un hecho aislado del coronel Gil; el movimiento tenía ramificaciones y era evidente que el sector laureanista del conservatismo lo había mirado con simpatía, si es que no tuvo participación directa en él.
En Ibagué y Bucaramanga hubo conatos armado s, que incluyeron el asesinato del coronel Julio Guarín, comandante de la plaza de Bucaramanga, y el apresamiento de Alejandro Bernate, gobernador del Tolima.
Las noticias de la época dicen que a eso de las 3:30 p.m. se dirigieron al palacio de la gobernación, las filas de veteranos encabezados por los doctores Miguel Roberto Gélvis Sáenz y Alberto Durán Durán, “listos a aniquilar al partido conservador como si ese fuera el enemigo” acompañados de las huestes ‘gelvistas’ conocidas y reconocidas de la ciudad.
Los dos se autonombraron ‘generales de brigada’ y designaron de inmediato sus capitanes y oficialidad, abandonaron el despacho del gobernador y se dirigieron a las calles.
El cierre de negocios fue lo primero y en seguida vino la captura de los conservadores. En una de las mesas del Café Roxy se encontraban charlando amenamente don Pedro S. Rincón y los doctores Gregorio Vega Rangel y Manuel Yepes H.; al ver la muchedumbre enardecida, el paisa Yepes puso pies en polvorosa y no se le volvió a ver sino 8 días más tarde; mientras tanto, fueron deteniendo a los otros dos, conservadores por más señas y cuando avanzaban por los lados de la carrera quinta (hoy avenida 5) con calle 13 se les unió, Montegranario Sánchez quien traía otro “godo” y le entregó al general Gélvis a Marco A. Soto Ramírez.
Llevados al palacio de la gobernación, en medio de “vivas al presidente López” y de “abajo los godos”, el general Gélvis los declaró ‘rehenes del gobierno’ y en su discurso gritó que ‘estaba listo a derramar hasta la última gota de sangre’ para sostener la paz.
Habiéndolos dejado custodiados en una de tantas oficinas de la gobernación, por un grupo de centinelas y de policías de la nacional con bayoneta calada, cuando se irrumpió un joven de apellido Uribe, hermano del diputado Antonio quien traía de los brazos a don Víctor Pulido, el conocido “Yodoformo”, lo empujó hacia el centro del salón y gritó: ¡Ahí va otro godo!
Mientras tanto, la plana mayor del liberalismo, muchos de ellos ignorantes de la situación, se reunía en los corredores de palacio, hasta que el coronel Gilberto Clavijo y el doctor Samuel Darío Téllez le preguntaron al grupo allí supuestamente detenido, qué pasaba? A lo cual respondieron que los había traído presos el general Gélvis y el general Durán y agregaron que no sabían por cuenta de qué autoridad se estaban perpetrando esas “atenciones”.
Ante esta situación llamaron al Secretario de Gobierno Pedro Entrena quien les respondió, luego de enterarse de sus condiciones, que estaba sorprendido, que esas eran locuras ocurridas al calor de los acontecimientos y que todos estaban libres y podían irse cuando quisieran.
“Excelentísimo Presidente, Bogotá. Su Excelencia en Pasto, nosotros aquí hemos sido sacrificados en el altar de la patria. Felicitémonos liberación. –Podemos cobrar pensión como próceres? – Firman, Compatriotas respetuosos.”
“Señores…No es cuestión de felicitaciones. El lazo no degenera. Para mártires agotose cupo en el santoral nacional. Quedaba renglón vacante en el coro de las vírgenes y lo ocupó Emilia (¿?). Hay puesto como magos pero si lo prefieren métanse a brujos…”
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