Gerardo
Raynaud
A mediados del siglo 20, en los albores del 48, las
instituciones más representativas de la ciudad, en lo social, eran sin duda, el
Concejo Municipal por el sector público y su contraparte, la Sociedad de
Mejoras Públicas en representación de la ciudadanía, sin desconocer las labores
que en lo económico desarrollaba la Cámara de Comercio.
Puede decirse que ambas trabajaban de la mano en pro del beneficio mutuo y
buscando el bienestar de todos los habitantes del municipio, sin embargo, era
necesario que a veces, se recordaran también mutuamente, cuáles eran sus metas
y sus objetivos para que se realinearan en sus caminos, de los cuales en
ocasiones se apartaban.
En esta ocasión, el Concejo integrado por el selecto grupo de ciudadanos
Virgilio Barco, Carlos Arturo García, Miguel Roberto Gélvis, Augusto Mendoza
Bonilla, Alfonso Lara, Luis Enrique Moncada, Eduardo Silva Carradini, Oscar
Vergel Pacheco, Nicolás Colmenares, Víctor M. Pérez, Julio Restrepo, Justo
Vásquez, José Manuel Villalobos, Luis F. Ibarra y Carlos Rafael Villamizar,
recibió de la Sociedad de Mejoras Pública un extenso compendio de peticiones,
en las que se mezclan reclamos y críticas por ciertas decisiones, en su mayoría
desacertadas, tomadas por la corporación edilicia y que hacen mención y citas
con datos exactos.
Por su parte, la Sociedad de Mejoras Públicas estaba conformada por unos
ciudadanos no menos distinguidos entre los que se contaban Rodrigo Peñaranda
Yáñez, Augusto Martínez, José Faccini, Jorge Simonet, Manuel Sanclemente,
Alfredo Ramírez Berti, León Drolet, Guillermo Eslava, Régulo García-Herreros,
Luis Alberto Villalobos, Rafael Rangel Duran y la poetisa Alma Luz.
Cada grupo, por su lado, buscaba lo mejor para su ciudad y sobre esta premisa
emprendían acciones para que el desarrollo citadino fuera cada día más visible
y los resultados más beneficiosos para sus habitantes.
No perdían ocasión para lanzarse ‘pullas’ que
mostraran lo que habían hecho mal o lo que no se hubiera debido hacer, siempre
con los sentimientos políticos de por medio; sin embargo, al final de cuentas,
siempre conciliaban y llegaban a acuerdos en los cuales la ganadora era la
ciudad.
Pero veamos algunos detalles de las solicitudes y de los mensajes que por ese
año se hacían.
Para quienes creían que las famosas sobretasas que hoy
se cobran eran un invento reciente, pues se equivocan. En el año 48, el Concejo
aprobó un sobre precio a las obras de pavimentación en un 15% de los cuales 3%
le obsequió a la Sociedad de Mejoras Públicas para financiar algunas de sus
obras.
Esta suma que equivalía aproximadamente a unos $1.800,
valor que le pareció insignificante ya que argumentaba le había construido al
municipio más de 2.500 metros cuadrados en mejoras a sus propiedades con un
costo que superaba los $7.000, a lo cual no estaba obligada pero que lo hacía
para contribuir a la modernización de sus instalaciones.
Además, criticaban el proceso de pavimentación, toda
vez que desde la modernización de la ciudad, comenzaron a cambiar el empedrado
tradicional que se tenía desde los tiempos del siglo anterior, luego de la
reconstrucción, hasta el momento en que se trajo el primer automóvil, situación
que
demandó un cambio en la planificación, tanto de las calles como de la
estructura física de sus componentes.
La pavimentación se venía haciendo en ladrillo,
condición apenas obvia, dadas las oportunidades que se tenían para aprovechar
el material de la región, pero éste presentaba serias dificultades en cuanto a
durabilidad y economía, pues con el descubrimiento y posterior explotación de
los yacimientos petroleros, la aparición del asfalto constituía una
alternativa, no sólo más rentable sino más cómoda, moderna y duradera.
Por estas razones, el Concejo había decidido en
plenaria, adoptar el pavimento de asfalto para completar las pocas calles que
aún faltaban por terminar.
Previendo las necesidades futuras de la ciudad, la SMP
se había aventurado a conseguir la maquinaria adecuada para realizar esa
actividad, sin embargo, no se había podido realizar ninguna de las actividades
de pavimentación, puesto que el Concejo no había facilitado los recursos
apropiados por la Nación que habían sido girados para ese fin exclusivo, por lo
cual le informaban al Concejo ‘del mal irreparable que le estaban haciendo a
Cúcuta’ y agregaban que ‘tendríamos que paralizar nuestras obras por
sustracción de materia, pero como no podemos dejar nuestros dineros en pedazos
de hierro, que se oxiden y se vengan a menos y paralizar las obras que Cúcuta
necesita con urgencia suprema’.
No es menos angustioso el remate de la nota cuando les
dicen a los miembros del Concejo, ‘H.H. señores del Concejo, resolved ahora en
vuestra sabiduría y sabed solamente que es irrevocable nuestro propósito de no
aceptar o promover, ahora ni nunca, cualquier lucha que no sea emulación de
servir, entre la Sociedad de Mejoras Públicas y el Concejo Municipal de
Cúcuta’.
Con estas últimas palabras terminan el capítulo de la
pavimentación y pasan la página para tocar otro tema no menos importante, el
del nuevo aeropuerto.
Ya habíamos escrito en otra crónica sobre el tema de
los aeropuertos de Cúcuta y para cerrar este escrito solamente haré referencia
a la nota escrita por la SMP sobre este caso.
Cerrado el aeropuerto de Los Patios por razones
aerológicas y topográficas, Avianca tuvo la necesidad imperiosa de construir su
propio campo de aterrizaje y por tal motivo, dichas instalaciones eran de uso
exclusivo de esa compañía. Cazadero era su nombre y solamente estaban
autorizadas de utilizarlo las aeronaves de Avianca.
La SMP preocupada por la restricción que se le oponía
a las demás empresas aéreas que operaban en el territorio nacional, le
solicitaba al Concejo su intervención para la autorización de un ‘aeropuerto
libre’; sin embargo, la SMP logró que el Gobierno Nacional le autorizara
construir el aeropuerto de San Luis, luego de las evaluaciones que realizara la
Comisión de Aeronáutica Civil que visitó la ciudad y le diera el visto bueno a
la nueva ubicación del aeropuerto.
Detalles de este suceso puede leerse en la crónica
publicada en este mismo medio ‘Cuando Cúcuta tenía dos aeropuertos’.
Ahora le decían al Concejo, ‘queremos hacer de esta
obra una empresa ejemplar de espíritu público y estamos a las órdenes del
Concejo para que nos diga cómo quiere que se realice esta obra redentora’.
Terminadas
las discusiones anteriores, enfila sus comentarios en torno al Parque de la
Gran Colombia.
Durante
mucho tiempo el Estado colombiano había mantenido en el olvido el hoy complejo
histórico de Villa del Rosario, que comprendía, además de las ruinas del
Templo, la casa del general Santander, la Bagatela y demás construcciones históricas
que se ubicaban adyacentes a la carretera a San Antonio.
El
Tesoro Nacional, como antes se llamaba la Tesorería General de la Nación, había
girado la suma de diez mil pesos para la adquisición de las tierras que
conformarían el Parque Gran Colombiano, pero hasta ese momento no se había
procedido a la compra y por esa razón, la SMP le pedía al Concejo
autorizara negociar las diez hectáreas
que tendría dicho proyecto, toda vez que la Colonia Extranjera de Cúcuta,
interesada en contribuir con su aporte técnico, sería la encargada de proyectar
la obra.
Finalmente
y transcurridos algo más de veinte años el gobierno nacional decidió adquirir
las dos hectáreas que componen hoy el Parque Gran Colombiano.
En
la actualidad subsiste, prácticamente la misma polémica, con un proyecto más
ambicioso, a un costo que se aproxima a los cuarenta mil millones de pesos
–pequeña diferencia con la original- y que consiste en conectar trasversalmente
una serie de senderos peatonales con un sistema hídrico que acompañe los tres
jardines que van desde la casa de Santander hasta el Tamarindo Histórico.
A
los jardines se les ha propuesto nombres icónicos que representan los
sentimientos patrios así, el primero, desde la casa de Santander, comenzando
con un pequeño lago artificial a la entrada, el cual se llamará Jardín de las
Américas, luego, en el centro del parque, Los Jardines de la Alianza y
finalizando en el Tamarindo Histórico, el Jardín del Renacimiento.
El
siguiente punto de la solicitud hacía mención del Cementerio, el hoy conocido
Cementerio Central.
Pues
bien, resulta que el lote de terreno frente a la puerta del cementerio y la
escalinata de ladrillo, frente a la cual pasa la carretera que va al barrio
Magdalena, había sido solicitado en cesión para que se le autorizara la venta
de lotes para tumbas y jardines, con el exclusivo objeto de financiar la obra
que será ejecutada por el Club de Leones de Cúcuta, integrado a su vez, por
hombres de empresa, quienes han manifestado un permanente interés por que esta
acción redunde en beneficio de toda la comunidad.
Dicha
petición había sido remitida al Honorable Concejo el 17 de octubre del año
anterior y todavía no se le había dado respuesta.
Mientras
esperaban una pronta respuesta a esa solicitud, la SMP le informa al Concejo
que la más representativa de sus labores desde el mismo día de su creación ha
sido la arborización, con la cual han contribuido no solamente con el arreglo
de la ciudad sino que le han proporcionado sombra y refresco a sus solares y sus amplias vías.
La
Sociedad tenía entonces un vivero, que decían, ‘hace honor a Cúcuta’ pues
contaba con más de cinco mil árboles listos para ser plantados en todos los
lugares de la ciudad que los requiriera.
Este
vivero estaba ubicado detrás del Reformatorio de Menores, en aquella época,
localizado en los extramuros y para su acceso tuvieron que construir unos
ochenta metros de carretera.
Le
comunicaban al Concejo y por su intermedio a toda la ciudadanía, pero en
especial a las damas, que podían acudir allí
‘por plantas y árboles para sus quintas y jardines’, además recalcaban,
que ya habían plantado más de diez mil arbolitos en toda la ciudad y que
aspiraban, en pocos meses, a duplicar el ‘stock’ de plantas y otras especies que
serán destinadas al ornato y embellecimiento de la ciudad.
La
siguiente solicitud no era menos importante que la anterior, todas ellas con
alguna relación entre sí.
Esta
vez se trataba de integrar la ciudad, mediante una vía que permitiera la
comodidad de desplazarse por sus alrededores y de convertirlo en ‘el paseo más
bello de Cúcuta’; se trataba de la ‘carretera de circunvalación’ pero que tenía el grave inconveniente de
tener construidas unas casas ‘sobre el lomo del cerro’, lo cual impedía unir
las principales calles con el cementerio, mediante ‘una soberbia avenida
arborizada que tenga como puntos de apoyo el parque del Redentor y el
cementerio’, obra que la SMP estaba dispuesta a emprender si el Concejo
autorizaba la demolición de todas las construcciones que impedían su trazado y
ejecución’.
Dentro
del mismo informe, la Sociedad le informaba al Concejo acerca de sus otros
proyectos que requerían de su intervención para su íntegra realización.
Tal
era el caso del ofrecimiento hecho por la
empresa Bavaria de dotar de una
sala-cuna para niños desvalidos, para lo cual habían decidido realizar los
aportes necesarios para construir un edificio para tal fin y dotarlo con los
implementos necesarios, siempre y cuando el municipio les donara el terreno
para este empeño.
Sin
embargo, había un proyecto alternativo por parte de la Fundación Barco para
desarrollar un programa similar.
Recordemos
que la Fundación todavía no había construido su clínica y ejercía sus funciones
en edificios alquilados, pero brindaba los mismos servicios que luego
trasladaría, en el 55, a su sede que hoy conocemos sobre la avenida
Grancolombia.
Así
pues, si el proyecto de la Fundación Barco se diera primero, la Sociedad tenía
un plan B con la propuesta de Bavaria, consistente en que se redireccionara la
donación a la construcción de un edificio para el Amparo de Niños, el cual
tenían la certeza del buen recibo que le daría la empresa cervecera a esta
nueva idea.
De
todas formas la ganancia sería para el municipio, toda vez que las
edificaciones quedarían de su propiedad, como lo establecía la propuesta cuando
se decidiera la donación de los lotes.
Finalmente,
la SMP les aclara a los cabildantes, que ´los programas de la SMP son sencillos
y claros y que los cumplirá, si vosotros lo queréis; hará nuevas obras también
si vosotros lo ordenáis’ y agrega que ‘sobra insistir en nuestro anhelo
irrevocable de cooperar con vosotros en forma franca y decidida; nos damos
cuenta que son incontables las dificultades que tiene que vencer la ciudad para
salir triunfante de su empresa de superación y estamos convencidos de que solo
la unión de las fuerzas puede lograrlo, queremos solamente ser soldados en esta
causa que nos es común ’.
Con
estas palabras quieren dar por terminadas sus peticiones pero además, señalar
la proximidad de una fecha de gran importancia y significación para la ciudad.
Se
trata del 75° aniversario del terremoto de Cúcuta, fecha para la cual restan
escasos dos años y por ello debe reunirse todo el entusiasmo con el propósito
de dar a la fecha que se aproxima ‘una esplendidez digna del espíritu hidalgo y
señorial del pueblo nortesantandereano’, resaltan el ‘esfuerzo formidable,
corajudo y magnífico de los titanes que sobre la dura complejidad de la
desgracia se levantaron proceramente para marcarnos rutas de superación, que
obliga a nuestra capacidad a demostrar, ante todo el país, con hechos
tangibles, que la raza no perdido su tenacidad y que representamos todavía
dignamente aquella generación de valores
fuertes.’
El documento viene fechado el 17 de enero de 1948 y firmado por todos
los miembros de la Sociedad de Mejoras Públicas ya relacionados y fue entregada
personalmente al presidente del Cabildo municipal por su presidente, el doctor
Rodrigo Peñaranda Yáñez.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario