Para quienes recién comienzan a leer estas crónicas, no tendrán claro su significado, pero la idea es mostrar la evolución que ha sufrido el turista y comprador venezolano desde finales del siglo pasado hasta la fecha.
Desde el mismo inicio de la vida republicana de ambas naciones, la frontera entre ambas, pero especialmente esta pequeña franja que separa el estado Táchira y el departamento de Norte de Santander, se ha visto afectada por las continuas variaciones políticas económicas y sociales que se presentan en ambos costados.
Hagamos un breve recorrido por la historia reciente; iniciemos bien avanzado el siglo veinte, cuando eran frecuentes y comunes las peleas por el poder en uno y otro lado.
Las coincidencias y diferencias fueron particulares, toda vez que mientras en una de las orillas se disputaban el dominio entablando cruentas guerras civiles, en el otro, el acceso a la autoridad se hacía por la fórmula del golpe de estado o las vías de hecho, sin observación de las normas constitucionales, en ninguno de los casos, de manera que así fue transcurriendo buena parte de la primera mitad del siglo hasta llegar al punto de inflexión, es decir del aguante ciudadano y producirse el primer giro democrático, que surgió prácticamente por la misma época, en 57 primero en Colombia y en el 58 en Venezuela.
El desarrollo de los proyectos petroleros descubiertos en el Lago de Maracaibo era cada día mayor; la inversión extranjera, especialmente la gringa, llegaba a manos llenas.
La migración europea era de tal magnitud, que a mediados de la década de los cincuenta, era la misma de los venezolanos, lo que hizo que prosperara la vida fácil y la abundancia en detrimento del trabajo y la laboriosidad doméstica llegó a su más bajo nivel, generando oportunidades para sus vecinos, que llenos de necesidades buscaban el ‘sueño venezolano’, al punto que durante al tiempo de prosperidad se le llamaba desdeñosamente la ‘Venezuela Saudita’ en alusión a su colega petrolero asiático.
Durante la bonanza cucuteña de los años setenta, venezolano que venía a la ciudad, según estudios, en los cuales tuve la oportunidad de trabajar, tenía dos objetivos primordiales, comprar vestuario y divertirse, particularmente en la zona de tolerancia de La Ínsula.
Adicionalmente, es necesario reconocer que la economía venezolana ha dependido casi exclusivamente de sus recursos naturales, razón por la cual no se ha preocupado por “sembrar su futuro”, aún sabiendo que esos recursos no son renovables y menos ahora, cuando han asumido que tienen las mayores reservas petroleras del mundo.
Ante esas circunstancias, los últimos gobiernos o mejor, el último gobierno se ha planteado un esquema o se lo ha inventado, bajo la denominación de “socialismo del siglo 21”, que no tiene mayores posibilidades de éxito, así sus oportunistas seguidores, como sucede en estos casos, se aprovechan de la ingenuidad de su conductor para obtener los beneficios que de otra manera no habrían logrado.
Pues bien, cómo puede uno explicarse que siendo un país “tan rico”, pensemos no más en los miles de millones de dólares que recibe por sus exportaciones de petróleo, no tenga recursos para satisfacer las mínimas necesidades de la nación; alimentación, salud, suministros de materias primas para la industria cada vez más reducida.
Cuando aparece un personaje con ideas que fueron desechadas en su momento y las presenta como innovadoras ante quienes tienen un desconocimiento aún mayor, sucede lo que estamos presenciando, más que con temor, con asombro de saber cómo puede tener seguidores posiciones que resultaron fallidas en el pasado y digo, pasado reciente.
Hoy por hoy, nos asombramos de ver a los escasos compradores venezolanos, que vienen más por necesidad que por el beneficio que antes tenían de una moneda fuerte (pero artificial) a comprar los productos que allá han desaparecido de los anaqueles y que no tienen más opción que desembolsar “un montón” de bolívares para adquirirlos.
La miopía o más bien, la ceguera de la dirigencia oficial de nuestro vecino, la puedo resumir en un mensaje que recibí de un empresario cucuteño, cuyo nombre me reservo, pero que refleja el sentir que nos embarga a quienes vivimos y sentimos este ambiente:
Por eso, la segunda parte de la expresión del título, cuando se pregunta el precio del mismo artículo que en el pasado, solo que ahora, para él es “caríiisino”.
Hace veinte años no nos hubiéramos imaginado, ni remotamente que esta situación pudiera presentarse.
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