El corredor aéreo a Ocaña desde la capital nortesantandereana y viceversa, siempre ha sido considerado uno de los más riesgosos, tal vez por la falta de elementos de control, pues la topografía y las condiciones atmosféricas y climáticas circundantes no se diferencian sustancialmente de las mismas de otras regiones del país.
Sin embargo, en alguna ocasión, coyuntural diría o casual quizás, se presentaron de manera casi simultánea, eventos desafortunados, que además de llamar la atención llenaron de pesar a familias enteras y comunidades de la región.
A principios del decenio de los años setenta varios fueron los sucesos relacionados con el sector de la aviación que acontecieron, entre ellos, el de mayor relevancia, el sucedido a una pequeña aeronave de una empresa regional denominada ‘Aerolíneas Torcoroma’.
Al mando del capitán Armando Reyes Lineros, la avioneta identificada con la matrícula HK-1303 a la que bautizaron con el nombre de ‘Ciudad de Cúcuta’, había despegado de la ciudad de los Caro a las 6:30 a.m. debidamente autorizada con rumbo a la capital nortesantandereana en un viaje casi que religioso, pues sus pasajeros eran cinco monjas de la comunidad de Nuestra Señora de la Paz, que viajaron allí a establecer un centro catequístico.
Las religiosas eran unas jóvenes que habían dedicado su vida a servir a Dios sin más interés que la redención de sus almas. Todas oriundas del altiplano central del país y en la flor de la vida, pues apenas pasaban de los 30 años de edad.
Mariela Prada Pabón, Rosalba Gutiérrez Guasca, Edelmira Arévalo Casas, Belén Ortiz Mendoza y Yolanda González Vargas se alistaban para regresar a la capital del país aquel que sería su último día, el mismo que monseñor Rafael Sarmiento Peralta, obispo de la diócesis de Ocaña, pensaba trasladarse a Cúcuta a tratar asuntos relacionados con su jurisdicción y aprovechando la compañía de las monjas que el día anterior habían estado finiquitando lo correspondiente a su próxima labor pastoral de la que él sería su director.
Para fortuna del obispo, el cupo de la aeronave era de cinco personas y a pesar del ofrecimiento que le hicieran de cederle su puesto para que pudiera viajar, el prelado amablemente rechazó la oferta, sin saber que esa acción le salvaría la vida.
El vuelo transcurrió inicialmente sin contratiempos, pues su comunicación con la torre de control casi media hora después del despeje no vislumbraba ninguna contingencia, sin embargo, cuando sobrevolaba la región de Sardinata se esperaba un nuevo contacto, que no se dio y pasado el tiempo estipulado en las reglamentaciones aeronáuticas, siendo las 7:10 de la mañana se declaró la emergencia.
Aunque inicialmente se creyó que la nave había desviado su curso hacia los llanos orientales, debido al informe de un radioaficionado, se pudo establecer posteriormente, por informes de habitantes de la zona, que se había estrellado en un cerro cercano a la población de Sardinata, específicamente en el cerro de La Paz.
De inmediato se conformó una comisión compuesta por el alcalde Víctor Sandoval, el médico Alirio Vergel Pacheco, el teniente Castaño de la Policía Nacional y cinco agentes de la institución, además, como es común en casos como este, no faltó el grupo de ‘patos’ que se les pegó.
Después de más de cuatro horas por un camino de herraduras, lograron llegar al sitio del accidente y el espectáculo dantesco que observaron es innecesario describirlo, pues además de desgarrador es escalofriante.
En la investigación posterior se pudo establecer que el avión estaba volando a baja altura, por algún problema que no fue determinado pero que no era costumbre del capitán Reyes, como se supo después, cuando en entrevista con el fotógrafo José Atuesta, quien en varias oportunidades había viajado con él para realizar tomas aéreas, le manifestó que ‘le gustaba volar alto, pues así es menor el peligro’, también le había dicho que no le tenía tanta confianza a los instrumentos de navegación aérea como a la visibilidad o vuelo visual.
Para las familias de los accidentados este suceso fue especialmente doloroso pero para los familiares del capital Reyes fue aún peor, pues a escasos dos días de la penosa circunstancia, otra igualmente trágica aconteció en el seno de la misma familia.
A escasas 57 horas de sucedido el deceso, Claudia Patricia Reyes hija del capitán, jugaba con un grupo de amiguitas en la casa de su tío Julio Reyes Lineros, cuando su mamá doña Gloria Villegas se percató de su ausencia y presintiendo lo peor corrió a la piscina de la casa, encontrando a su pequeña flotando ya sin vida. No fue posible auxiliar a la menor de dos años, situación que causó mayor confusión en la agobiada familia Reyes, quienes en ese momento recibían visitas de duelo por parte de familiares y amigos.
Como decía al comienzo de esta crónica, esta semana fue de tragedias continuas; en la región costanera del Atlántico, en la ruta que conecta Montería con Arboletes, en el Urabá antioqueño, otro accidente aéreo se produjo, esta vez, una avioneta, la HK-1259 de la empresa Aereotaxi, filial de Avianca, había sido contratada para trasportar un importante ganadero de la región, cuando se presentó una tormenta eléctrica, tan frecuente en ese lugar que hizo desestabilizar la avioneta que se vino al suelo muriendo sus dos ocupantes.
El piloto de esta aeronave era el capitán cucuteño Orlando Durán Vega, hijo del comerciante Francisco Durán Porto, aquellos que vivían en una de las casas esquineras del parque del Colsag.
El capitán Durán, de 22 años, era un joven muy apreciado en la ciudad; su cuerpo fue traído ese mismo día para darle cristiana sepultura y a sus exequias asistió un nutrido grupo de sus amigos y demás familiares.
Y ya para terminar, les narraré una emergencia surgida esa misma semana en el aeropuerto Camilo Daza, afortunadamente sin consecuencias qué lamentar y que hasta donde tengo conocimiento ha sido la única vez que se ha presentado.
Finalizando la semana, el sábado 1 de febrero, un avión AVRO 748 de la línea Aeropostal, el YVC-AMO, que cubría la ruta Maiquetía – San Antonio, debido al mal tiempo reinante en el aeropuerto de destino, tuvo que desviarse para aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Cúcuta, claro que la desviación sólo fue de unos cuatro kilómetros que es la distancia entre los dos aeropuertos.
No hubo ningún incidente qué lamentar y los 12 pasajeros y 4 tripulantes regresaron a Maiquetía, a pesar que aquellos pudieron haberse traslado a San Antonio por vía terrestre, las normas aeronáuticas no lo permitieron.
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