El crecimiento demográfico es de tal magnitud, que pese al desastre natural, a comienzos del siglo XX cuenta con algo más de 15.000 habitantes, los cuales crecen al doble en los siguientes 15 años, triplicándose al cabo de 10 años, y en 1938 ya era una ciudad de poco menos de 60.000 almas, con la dinámica propia de las ciudades comerciales y que además contaba con el aliciente de ser el cruce de caminos, antaño entre el virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela, y para la época la zona fronteriza colombo-venezolana, epicentro de las actividades económicas y sociales del oriente colombiano y pujante región movida por el comercio y el intercambio de productos.
De oriente nos llegaron los Abrajim, los Sus, los Brahim, los Amat, los Gossain, los Hellal, los Nader, los Haddad, los Turbay, y toda la invasión de ‘turcos’ sucedida antes de la primera, y entre las dos guerras mundiales. Unos vendían batanería a domicilio y otros...
Y es este Valle de San José de Cúcuta, que lo ve nacer el 7 de Julio de 1922, en el seno de una familia conformada por una pareja ilustre de inmigrantes libaneses, donde su padre don José Abrajim Elcure, llegado de tan lejanas tierras con su hermano Aziz, donde encontró fértil tierra para sus actividades comerciales, y el amor en doña Nayibe Elcure Saldivia (su prima), de su sangre, pero nacida en Barquisimeto (Venezuela), y la cual haciendo honor a su cuna, era dueña de exquisito espíritu musical que volcaba en el teclado del piano, instrumento que interpretaba con donosura, lo cual heredó a su hijo en los primeros años de su vida, infortunadamente ausente cuando nuestro bardo contaba solo 7 años, ya que su vida le fue arrancada en un accidente automovilístico, ocurrido en las curvas de Carora, Estado Lara, en el tórrido mes de Agosto de 1929, absurda paradoja en la vida de la familia, que así ve signada con el fatalismo de la orfandad materna, su devenir y posterior formación de los infantes miembros de la saga Abrajim Saldivia; el maestro y sus hermanos pasan a ser educados bajo la férrea disciplina de la abuela materna, doña Esther Saldivia, quien a su vez era hija de madre siria, y el carácter severo del maestro, encuentra aquí su explicación.
La familia vivió en la ciudad en la hermosa casa donde hoy labora el periódico La Opinión cruce de la calle Zea (calle 16), con la avenida Venezuela (avenida 4ª), la cual conserva el nombre de Quinta Yezmín, en amoroso recuerdo de sus padres a su primogénita.
Frente a ella pasaba el tranvía de Cúcuta en su continuo recorrido hasta la Estación Sur de San Rafael, junto al puente Benito Hernández Bustos.
Así cuenta el cronista al hablar del recorrido del tranvía por esta parte de la ciudad, “…la carrera de Venezuela entre las calles de Soto, Delhuyar, Zea, Márquez y Castillo y Rada es zona residencial de conspicuas familias…”, y más adelante describe a sus burgueses habitantes, “… en el cruce con la calle de Zea, a un lado la Quinta Cogollo, antes Quinta Steinworth, residencia de Arturo Cogollo, y al otro, la Quinta Yezmín, de José Abrajim (Elcure)… más al sur, por la acera de enfrente, Pedro Felipe Lara, destacado “entrepreneur”… ahí están saliendo sus hijos para misa: Alfonso, Guillermo, Enrique, Hernando, Alfredo, Marina, Laura, Lucila …. Y en la esquina José S. Cortés … sus hijas fundarán un colegio para niños …. Se llamará el Domingo Savio …”. Es así como se encuentra en el vecindario, quien más adelante sería su esposa.
Como se dijo antes, eran sus hermanos: Yezmín, Josefina, José Elcure, Antonio, Consuelo y Teresa.
A los 9 años de edad es enviado a Beirut, capital del Líbano, la tierra de sus mayores, a continuar sus estudios, posiblemente el ojo paterno avizoraba el espíritu artístico del vástago, y considera que el contacto con su linaje primigenio, posibilite el ensanchamiento de sus expectativas musicales e intelectuales y magnifique el potencial que dejaba entrever a su corta edad.
Es así como la desmesura de la cultura milenaria a la que arriba, le amplía el panorama a este recién llegado que a la vuelta de cada esquina descubre cosas nuevas y se siente invadido por el recuerdo atávico de sus costumbres ancestrales y cree que siempre ha pertenecido a esta tierra y se reconoce en sus costumbres, sus creencias y su espiritualidad, por lo cual esto es al cabo de poco tiempo, un reconocimiento de la etnia propia y se siente no como recién llegado, sino como el de haber vuelto a su solar nativo.
Encuentra una civilización con costumbres sanas, formada por seres bondadosos, generosos, apacibles y sencillos que lo acunan con especial cariño, no obstante las convulsiones de telúrica social y política que la acometen.
En este espacio vital pequeño, tan lleno de cosas viejas pero nuevas al tacto de nuestro artista, comienza a desarrollar su reaprendizaje rodeado del ambiente familiar de su parentela, empezando este proceso por renombrar tantas y diversas novedades que excitaban su curiosidad y forzaban a su espíritu a entrar en diálogo con nuevos saberes y la fantasiosa imaginación a descubrir nuevos escenarios en donde transcurrir su vitalidad juvenil.
La familia paterna cuyo apellido era realmente Tebshraney, lo que comprobamos con el diploma de membresía a la Logia Masónica Leones del Líbano, provenía de la zona rural de este país, localizada al nororiente del país, en la parte montañosa denominada Bteghrine, y la cual es referenciada como Betegrin en el Diploma expedido a nombre de su padre por la Respetable Logia “Estrella Boreal No. 9”, al Oriente de Cúcuta, el 18 de Marzo de 1916, cuyo texto colocamos más adelante.
Aún sin terminar secundaria se inscribe en clases de violín en el College du Sacre Coeur de Beirut, aunque simultáneamente adelanta sus estudios de piano, el instrumento fundamental en su vida.
A los 20 años forma parte de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Americana de Beirut, uno de los grupos orquestales más importantes del Líbano de esa época, y en su carácter de músico de avanzada pertenece a un grupo de jazz de ese mismo centro.
Recién termina la segunda gran guerra, ocurre un suceso trascendental en el medio oriente cual es el nacimiento de Israel, corre el año de 1948, y se agrega un nuevo elemento de tensión a esa zona, evento este que hace pensar en la vuelta a su América lejana y es así como emprende el retorno a la patria, pasando antes por Nueva York, atendiendo la invitación a tocar con una gran orquesta en esa ciudad, en donde pasa un tiempo, y a los 30 años se encuentra nuevamente en su ciudad natal, lugar en el cual hay conjunción de espíritus e ideales y forma parte del grupo de quijotes que da origen a la Orquesta Sinfónica del Norte de Santander, junto a Pablo Tarazona Prada, Angel María Corzo, Rafael Pineda Solano, Víctor Ramírez, Saturio Rangel, Víctor Manuel Guerrero y tantos otros músicos raizales, interpretando la viola del grupo de cuerdas.
En su caluroso valle se dedica a divulgar su música y se empeña en dar a conocer a propios y extraños, la música de otros compositores colombianos; para ello realiza una serie de conciertos con el pianista italiano Humberto Blondeth y con el formidable pianista y entrañable amigo, el compositor pamplonés Oriol Rangel. La conjunción de estos astros musicales llenó el aire regional de sonidos acordes con sus intérpretes, y melodías que aún resuenan en el recuerdo de quienes tuvieron el privilegio de conocerlos y aplaudirlos.
Transcurre el año de 1955, cuando el amor toca su corazón y junta su vida a la de la ilustre matrona Doña Mercedes Cortés, quien vivía cerca a su casa (ya lo habíamos considerado al citar lo escrito por el cronista del tranvía), aplicando el aforismo de “ … cásate con tu vecina, porque la conoces.”; y es así que el 24 de Abril del citado año llegan al altar, resultando la conjunción de una pedagoga musical y de un consumado compositor, de cuya unión, retoñan sus hijos José Ricardo y Silvia. Doña Mercedes vive en la ciudad de Mérida.
El reconocimiento de su talento es tal, que sus obras han sido interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Colombia y la Filarmónica de Bogotá, también por diversas agrupaciones musicales nacionales, y por pianistas de la talla de Harold Martina, Oriol Rangel y Beatriz Acevedo Meza, notable pianista cucuteña.
“Gozó de exquisita inspiración hasta los últimos años de su vida,”… y su vida cotidiana en el Cúcuta calorífico, bonachón, despreocupado, tranquilo, durmiendo sobre sus laureles de antigua capital de la Gran Colombia, no dejaron cuajar en José ese extraordinario artista que había en él.
El músico completo: virtuoso, compositor, crítico. En el medio archiculto de París hubiese resonado muy alto. Pero él se había desposado con Cúcuta lugareña, amorosa, intrascendente. Solo el calor, la conversación, los amigos, resonaban en su alma melódica.
Renunció a los conspicuos escenarios sin dolor, y tal vez con el alma adolorida, partió con su música de la Cúcuta que lo tuvo como uno de sus hijos dilectos.”
Si analizamos detenidamente el párrafo anterior, se puede leer entre líneas una crítica suprema al medio cultural en que vino a vivir, el cual no permitió el pleno desarrollo de las potencialidades creativas del joven músico, sino que hace una comparación rimbombante con el medio “archiculto” de la metrópoli francesa, y tal como le sucedió al también maestro Pablo Tarazona Prada, sucumbieron ante los cantos de sirena de su estrecho medio cultural local y del círculo de amistades, antes que salir a buscar mejores campos para dar rienda suelta a su inspiración; pero también debemos pensar que si esto hubiera sucedido, no los sentiríamos tan añejamente nuestros, ni estarían tan cerca de nuestra alma regional, o quizás se empecinaron en intentar hacer germinar en este medio las raíces musicales con que los había dotado natura. Puso música además, al himno del Gimnasio Domingo Savio, institución regentada por la familia Cortés, y en la cual su esposa fue durante muchos años, docente musical.
De todas maneras, sus obras denotan especial belleza en la unión de melodía y armonía con el uso maestro del contrapunto y la composición. En la Voz de la Gran Colombia tuvo por los años de finales de los 70, un programa musical denominado Horizontes Musicales, desde el cual se propuso llevar a la comunidad cucuteña, su música y la de los grandes compositores nacionales, labor en la cual se vio acompañado por instrumentistas como Alberto Eusse, Daniel Cáceres y Héctor Vianchá, quienes supieron calibrar el tamaño de la empresa que acometía el maestro, y acudieron en forma solidaria a brindarle la debida colaboración.
Yo andaba por los veinticinco y tenía en mi mente los éxitos roqueros de Santana, Ten Years After, Joe Cocker y todo el elenco de Woodstock 1969. Aparentemente dos personas totalmente opuestas; pero nos unía un sentimiento profundo por la música colombiana del interior como se llamaba en ese entonces y que ahora lleva el eufemístico nombre de música colombiana andina.
Nocturnal Colombiano y Los Maestros habían forjado mi idea musical con ayuda de los Hermanos Martínez a través de Radio Santa Fe, aprendiendo empíricamente los fundamentos de la guitarra y el tiple y la amplia gama de ritmos colombianos. Y venir de pronto a encontrarme con el hombre que había creado “Lo que el viento se llevó”, uno de mis temas favoritos, fue como conocer a una estrella del rock o algo así.
El arquitecto Juan José Yáñez realizaba tertulias muy amenas en Salazar y no sé en qué momento me pidieron lo acompañara en una presentación. Aquel encuentro fue el inicio de una gran amistad que me sirvió para conocer al poeta y al músico que ha estado olvidado en los anales de la historia nortesantanderana. Sin duda Juan José fue uno de los mecenas que más solicitudes hizo en el tiempo en que lo acompañé en sus presentaciones.
No solo componía pasillos, bambucos y otros ritmos con la sapiencia que le habían dado sus estudios musicales en Roma (sí, la Roma de los Césares), sino que su vena poética llegó de idéntica manera. Los boleros no le fueron ajenos y la lírica impecable de sus letras hace ver a un hombre de una gran ilustración y humildad. Fue como pocos, MUSICO, POETA y ¡No señor! nada de loco, los pies muy puestos en la tierra que fue su primer amor y a la que pese a su ancestro del medio oriente dedicó su vena musical y poética.
Sin los recursos de Mozart o Schubert para los poemas sinfónicos, ni la vena depresiva que inunda las obras de Luis A. Calvo creó un poema musical de hondo sentimiento en “Lo que el viento se llevó”. La primera parte es el reflejo de una tristeza profunda, que es narrada con gran melancolía en la segunda parte, en el primer cambio de tono; el desenlace es en una alentadora tercera parte en subdominante, que nos deja ver que la esperanza no se ha perdido y que se puede recuperar LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ.”
Esta faceta del artista como integrante de grupos musicales, es harto compleja, ya que debido a su carácter bastante serio y adusto, aun cuando sus conocidos como el Dr. Agustín Guarín no dudan en calificarlo de “hombre cálido, expresivo y musicalmente muy bien dotado…”, no lo hicieron partícipe de grupos musicales en la ciudad, solo podemos hablar de las orquestas con las cuales tocó en su juventud, tanto en el Líbano como en Norteamérica.
Anotamos que el maestro Abrajim no vivió enteramente de su arte, lo cual no lo obligó a contar con agrupaciones musicales, sino se limitó a tocar y dar muestras de su categoría interpretativa y de composición, al reducido círculo de sus amistades que pertenecían a la parte más íntima de sus querencias.
Como se ha expresado anteriormente, perteneció a la Orquesta Sinfónica del Norte de Santander, y la Dirección del Conservatorio le fue ofrecida en 1970, cargo que declinó para no prestarse a los juegos burocráticos de los dueños para ese entonces de la cultura burocratizada; como un consumado bohemio, tocó tanto al lado de los consagrados, como de quienes quisieron acompañarlo en ese sueño infinito de dar a conocer nuestra música vernácula, tal como el grupo que hizo el programa Horizontes Musicales en la Voz de la Gran Colombia, durante una corta vida de algo más de 2 años alrededor de los 80, y sobre todo el círculo íntimo de sus amigos del alma, con los cuales dio rienda suelta a su inspiración y destreza al piano.
La mayor parte de su producción musical está compuesta para piano. Varias de sus composiciones están acompañadas de letra, por él compuesta, en las cuales se muestra como el poeta escondido pero tantas veces recobrado, para mezclar con las melodías de la divina Euterpe, las palabras de los dioses y de los hombres cuando queremos mostrar a la amada lo mejor de nuestra alma enamorada.
Cultivó diversos géneros musicales, todos posibles en un artista dotado de sus capacidades, pero sobresalen sus pasillos, boleros e intermezzos, casi todos de ritmo lento, con una pausa deliciosa en los silencios, nostalgia de lo vivido y de lo amado; no debemos olvidar que “La música, es el arte de oír …. el silencio”. No cultivó mucho el bambuco aunque conocía el discreto encanto del bambuco nortesantandereano, con un compás de ¾ inserto donde ningún compositor del interior lo ha logrado.
SALUDOS DESDE bARQUISIMETO vENEZUELA MUY INTERESANTE TRABAJO...soy familiar de Doña Ester saldivia y tengo un trabajo completo hacerca de la familia saldivia en un blog llamado los saldivia de Venezuela
ResponderEliminarmi numero en venezuela es 58 0251 6940646
ResponderEliminarDon Antonio, en el teléfono dado contesta otra familia, por favor puede verificarlo?
Eliminarsaludos me pude escribir a mi email antoniojsaldivia@gmail.com
Eliminarperdo es este 58 0253 694 06 46
Mi correo es antoniojsaldivia@gmail.con
EliminarY me busca por facebook Antonio jose Saldivia landaera
hola, señor tendria la amabilidad de comunicarse a monicaromangiraldo1975@gmail.com
ResponderEliminarYa le escribí a su correo
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