José Pablo Tarazona Montañez (Imágenes)
Este 4 de agosto de 2020, salpicado por la pandemia, se conmemoran 36 años de ausencia del músico autor del Himno de Cúcuta, composición cuya letra es del Pbro. Manuel Grillo Martínez, y la meditación alrededor de las vivencias que surgen en esta inusual época de la historia de la Humanidad, me hace evocar una parte de la vida del maestro Pablo Tarazona Prada, en la cual poco hemos reparado, a saber la de su formación musical, y por esto hemos echado mano al título del cuento de Goethe, poema sinfónico musicalizado por el francés Paul Dukas (1897), con el tema del aprendiz de hechicero que dio origen a esta hermosa composición.
En nuestro libro editado en 2011 (Norte de Santander, 3 maestros, 3 voces del silencio, Programa Nacional de Concertación, Fundempresa), hablamos sobre los rudimentos musicales que fueron inculcados por el párroco Román Monsalve al mozalbete en su nativa Guaca, lo cual contribuyó a formar su espíritu artístico que tanto le sirvió a la familia cuando fueron desplazados de Santander, a causa de la violencia liberal desatada después del ascenso al poder de Enrique Olaya Herrera en el 30, con extremada crudeza en la provincia de García Rovira, por lo cual llegaron a Cúcuta alrededor del año 32, cuando empieza a manifestarse el estro artístico del novel músico.
En la década del 40, se decide a viajar a buscar nuevos horizontes en el Conservatorio Nacional de Bogotá, el que después sería Conservatorio de la Universidad Nacional, llegando a la capital en el año 43, con unos comienzos harto complicados, ya que su edad no era bien vista para iniciar estudios musicales y debido al rechazo inicial se retira compungido y cabizbajo, lo cual es notado por un profesor emérito de la institución, quien observa su actitud de derrota y es quien lo interroga acerca del motivo de su actitud, a lo cual le comenta lo recién acontecido; por ello el profesor decide hacerle un somero examen, sorprendiéndose a medida que lo interroga por los conocimientos que demostraba poseer y le pregunta quién le enseñó todo lo que sabe sobre música, y especialmente armonía y solfeo, a lo que nuestro personaje le muestra un libro desgastado por el trajinar del estudio y cuyo autor era Guillermo Uribe Holguín, la misma persona que lo estaba entrevistando y quien dirigió el Conservatorio durante 25 años, y es la llave que le abre sus puertas en forma inmediata, para ser su docente de armonía, contrapunto, instrumentación y formas musicales, hasta el año 46 cuando le sugiere viajar al exterior para ampliar sus conocimientos.
Hay una anécdota que narraba el maestro, que Uribe Holguín no permitía el uso de los pianos del instituto, en horas que no se impartieran clases, pero este trabó amistad con el portero nocturno y mediante la administración de un termo de tinto, le dejaba practicar en la madrugada, hasta que un día el profesor madrugó más de lo acostumbrado y sorprendió al estudiante sumergido en su práctica, por lo cual le tocó aceptar tácitamente la transgresión de ese momento en adelante.
De esta época es la foto del archivo familiar, donde se observa acompañado de un nutrido grupo de voces mixtas, lo cual me daba a entender que se trata de una coral, lo que me aclaró el abogado Agustín Guarín Marchiani, quien compartió con los hermanos Tarazona Prada, la pensión del centro de la ciudad en tanto estudiaba, en el sentido de que con ese grupo interpretaba música colombiana, ya que en el conservatorio solo se aceptaba interpretar música clásica, y en este punto recordamos la anécdota del maestro Oriol Rangel Rozo, quien para su grado de concertista de piano, presentó variaciones al piano de las Brisas del Pamplonita, lo cual no fue de buen recibo por parte del jurado examinador, el cual lo conminó a cambiar o no lo graduaban, y prefirió no graduarse en un acto de rebeldía musical, hecho que no le hizo falta para ser considerado uno de los mejores ejecutantes colombianos de piano, del siglo XX.
De vuelta a Cúcuta, siendo docente de la Escuela de Música de Cúcuta, la Asamblea del departamento le otorga una beca para estudiar en el extranjero, y lía bártulos hacia Norteamérica en el año 48, encaminando sus pasos a la costa este, en el estado de Maryland, donde se matricula en el Peabody Conservatory of Music de Baltimore, que será su hogar en los siguientes 5 años.
Es época de posguerra y de la expansión del poder político hegemónico de la potencia que emerge de la gran guerra con ansias de dominación y de guerra fría con el bloque soviético; es dable recordar que la costa este donde se hallaba estudiando nuestro personaje, está habitada por lo más tradicional de la sociedad norteamericana y cuna del poder económico y por tanto era centro efervescente de actividad económica y artística, propicio para sus intereses musicales y fuente de actividad para un latino que había aposentado sus reales en la parte septentrional de este mundo que le ofrecía las condiciones para su desarrollo.
Pero en el entreacto de su permanencia en tierras extrañas le ocurren hechos que determinan lo que llamamos historia de vida y definen el rumbo de los acontecimientos sin proponérselo el sujeto sino que se encadenan situaciones reales del destino debido a la persistencia del espíritu en sacar a flote lo mejor del ser y se dedica a hacer conciertos de jazz en restaurantes y clubes nocturnos así como audiciones públicas y privadas interpretando música del Caribe, Brasil y de Colombia, actividad en la cual traba conocimiento con el genial trompeta Louis Armstrong, con quien alterna, y acompaña a la soprano Margareth Truman, hija de Harry S. Truman, por la época Presidente de esa gran nación, y por sugerencia de la lírica el Lincoln de la presidencia pasó más de una vez a recoger al pianista Tarazona a su residencia para trasladarlo a la Casa Blanca y cuando se le preguntaba por qué no tenía fotos de esos momentos, él con su proverbial modestia, se reía en forma evocadora y que nunca pensó en eso.
En una de esas tenidas nocturnas de alguna boite de la metrópoli, en la cual se movía para mantenerse ya que 1 año después de salir de la tierra le suspendieron el giro de la beca, y por tanto había que sobrevivir a como diera lugar, después de interpretar en el piano el danzón cubano Siboney, se acercó a saludarlo un contertulio quien se le presentó como Ernesto Lecuona, autor de la composición caribeña, quien lo felicitó efusivamente por su desempeño y así como esta situación se le prodigó el conocer al maestro.
En el conservatorio fue alumno del maestro alemán Paul Hindemith y el ruso Nikolai Nabokov, quienes llevaron al artista por los caminos académicos musicales, con énfasis en el órgano instrumental, conducción coral y orquestal, y el canto gregoriano formó parte también de su escuela, lo cual le facilitó establecer relaciones con el obispo Fulton Sheen, párroco de Saint Patrichs Church de NY, iglesia donde acarició el monumental órgano para entonar el canto gregoriano de la liturgia, y acotamos que el cura Daniel Jordán solo le permitía a Pablo Tarazona interpretar esta música sagrada acompañado del modesto armonio de la catedral de San José en su lejana Cúcuta.
Se acompaña este texto de una foto en el atrio de esta imponente catedral. Pero hay un hecho memorioso que le ocurre al cucuteño en la soledad de esa tierra lejana y extraña, situación madurada en esas noches otoñales e invernales y que tiene que ver con el sentimiento humano del amor, y en las aulas conoce a una intérprete del violonchelo que le estremece el alma y es así como Joyce Ruloff, llega a ser su musa, compañera y amante que le calienta el corazón y le mueve las fibras más íntimas, también del archivo familiar hay imágenes de la gringa que tuvo una corta figuración, ya que no se amañó como decimos en Cúcuta y su traslado a esta ciudad no fue de su agrado y conveniencia, de esta unión resultó su hija Clara Maritza, quien retornó con su madre a los EE.UU. cuando esta tomó la determinación de no permanecer en estos lares. En charlas con el maestro Rafael Pineda, quien la conoció, hablaba de su calidad interpretativa, así como de la dificultad de aclimatarse a la vida latina.
Acá
termino este recuerdo filial, con lo que lo empecé, con la historia del
aprendiz de brujo, quien un día ante la ausencia del hechicero, el aprendiz
logra embrujar a la escoba para que cumpla su tarea que consistía en llenar de
agua un gran recipiente, sin embargo, no logra dar con las palabras mágicas
para detenerla; rompe entonces la escoba en dos pero en lugar de cesar el
embrujo, cada parte de la escoba comienza a hacer por partida doble el trabajo,
lo cual cesa a la vuelta del hechicero quien deshace el encantamiento.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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