La industria requería, además de trabajadores calificados en sus respectivos quehaceres, una población de apoyo que permitiera el desarrollo integral de la nación y eso sólo se lograba a través de la educación, teoría cada vez más comprobada y validada en todos los rincones del mundo.
Conscientes, como lo han sido todas las comunidades, de satisfacer estas necesidades, un grupo de familias cucuteñas reunidas en torno a los tradicionales costureros que se sucedían en las horas de la tarde y que se turnaban en las casas de las matronas más ilustres del pueblo, se propusieron la tarea de abrir un colegio que impartiera cristiana educación a sus hijas de manera exclusiva, dentro de las normas establecidas por el gobierno pero administrado de manera autónoma por una congregación religiosa con experiencia, toda vez que la educación que se impartía era oficial y laica, condición que a ciertas personas no gustaba.
El primer contacto con las Hermanas de la congregación de Marie Poussepin, conocidas como de la Presentación, dio sus resultados y comenzando la segunda década del siglo veinte iniciaron las labores de un colegio privado femenino al que le pusieron el nombre de su comunidad. El claustro original fue cedido por gentileza de don Elías Mauricio Soto y ocupó la esquina de la hoy conocida calle once con avenida tercera, donde tuvo su residencia. La cesión de estos locales hizo que la familia Soto se desplazara a otra vivienda unos metros más arriba por la calle once, prácticamente frente al que años más tarde sería el Teatro Santander. Pasado el primer año y debido al éxito que las hermanas tuvieron con su metodología de estudio y el buen trato que se daban a las niñas, se hizo necesario ampliar las instalaciones, razón por la cual el doctor Luis Enrique Moncada Rojas les arrendó la que había sido su casa y consultorio por años para que extendieran sus labores en beneficio de la juventud femenina de la región.
Debido a la acogida tan generosa que se les prodigó a las hermanas de la Presentación y a la calidad de su educación, donde buena parte de ellas eran de nacionalidad francesa, institutoras graduadas en su país de origen, hacía del grupo de profesoras, un ejemplo a seguir y en eso ponían énfasis la mayoría de las madres cuando les decían a sus hijas que esa era la principal razón por la cual las matriculaban en ese colegio.
En vista de esas demostraciones, la colonia alemana del comercio de Cúcuta se reunió con las madres de familia de las estudiantes del colegio y les ofreció una contribución de $1.000 pesos oro, para la celebración del centenario de la muerte de la heroína cucuteña Mercedes Ábrego, con la condición que se destinara a la fundación de un colegio privado para señoritas. Animadas como estaban, por tan generosa donación, conformaron un comité que tramitara ante el Concejo de la ciudad, un auxilio que les permitiera llevar a cabo tan loable proyecto y así sucedió, pues el primer Acuerdo de 1912, el No. 1, otorgó la cantidad de $2.000 pesos oro para la fundación del colegio. Sin embargo, un hada protectora o un ángel guardián se les presentó al comité en cuestión, bajo la forma de la Compañía del Ferrocarril de Cúcuta, pues ofrecieron pagarle al municipio de Cúcuta una deuda que tenían por la suma de $7.320, entregándoles un edificio de su propiedad situado en la calle Girardot entre las carreras Bolívar y Santander.
Así pues, el 26 de octubre de 1912 se le dio cumplimiento al Acuerdo No.7 al firmarse la escritura pública 628 de la Notaría 1° del Circuito de Cúcuta por la cual el municipio de Cúcuta compraba a la Compañía del Ferrocarril de Cúcuta el local antes mencionado, por la suma fijada en el Acuerdo. En la escritura, el personero Miguel Lazcano Carrasco dejó las siguientes constancias en la escritura:
1. El mencionado predio lo compra el Municipio con el exclusivo objeto de destinarlo al servicio del Colegio de Señoritas regentado en esta ciudad por las Reverendas Hermanas de la Presentación y
2. Que para la compra de este inmueble la Colonia Alemana de esta ciudad contribuyó para este exclusivo objeto con la suma de mil pesos oro, que tenía destinado para una obra de interés general.
A partir de este momento, la comunidad de las hermanas de la Presentación gozó del uso de la edificación, la cual fueron adecuando a las necesidades académicas hasta que años más tarde se presentó el inconveniente, cuando se acusó a las religiosas de incumplir la norma expedida por la Asamblea Departamental de recibir las aspirantes sin importar si eran o no hijas legítimas de sus padres. No quiero terminar esta crónica sin plantear la inquietud que me queda respecto de la enajenación que se hizo del local del Colegio de la Presentación a unos comerciantes de los llamados San Andresitos, si la escritura es clara en mencionar su destinación exclusiva.
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