En ese momento el joven emprendedor Carlos Bustamante Contreras, pensó en comprar con los pocos ahorros que poseía, un avión que veía abandonado en el aeropuerto de Cazadero, con el fin de utilizarlo para montar un restaurante de comida rápida, pero después de evaluar económicamente los trabajos de quitarle las alas, movilizarlo y acondicionarlo, los costos le resultaban muy elevados.
Entonces, le surgió la idea de utilizar unos vagones del Ferrocarril de Cúcuta. Se dirigió a los patios de la compañía para ver los vagones los cuales estaban muy deteriorados, sin embargo decidió comprar dos para su proyecto, uno cerrado y el otro con ventanas y sillas, los cuales en su vida útil fueron utilizados en el tren para el transporte de carga y pasajeros, respectivamente.
Luego procedió a trasladarlos a un lote de terreno que tenía negociado en lo que es hoy la esquina noroeste de la intersección de la avenida cero con la diagonal Santander, colindando con el colegio La Salle por lo que sería la avenida Cero. En ese momento no existía la avenida, todo era un terreno continuo por un costado del colegio La Salle, cuando su entrada principal estaba ubicada por la Diagonal Santander. El traslado de los vagones fue toda una odisea llevarlos al sitio por su peso y tamaño, pero logró colocarlos en el lugar.
Por esos días apareció por la casa de Carlos, un tío de su esposa Lyda, el señor Ovidio Botero Villa, quien se convirtió en el maestro de todo los trabajos de acondicionamiento de los vagones: fijación de los vagones en sitio, arreglos y pintura interior, colocación de equipos y muebles, e instalación de los servicios.
En cuanto a los servicios, se tenía disponibilidad de luz eléctrica, pero no existían los servicios ni de agua, ni alcantarilla para los baños y desagües. El suministro de agua se consiguió por la bondad de un vecino que permitió conectar un tubo, y el agua se solucionó; pero nunca tuvo servicio de aguas negras, por lo tanto no hubo servicios de baños. Solo tuvo la posibilidad de colocar lavamanos, y el agua desagüaba a un hueco bajo el vagón de carga, que era el depósito de los enseres y donde se instaló la cocina.
Los gastos lo acongojaron pero logró efectuar un convenio con la compañía Bavaria para recibir la ayuda con la pintura exterior, suministro de vasos, mobiliario y el letrero principal luminoso del vagón en el que se leía: ¨EL WAGON COSTEÑITA¨, a cambio de una venta exclusiva de la cerveza Costeñita.
Por su parte la Coca Cola, por influencia de su amigo Daniel Mieles Castillo, gerente de dicha compañía, le suministró vasos y neveras, y acordaron unos precios especiales.
En cuanto al menú que mostraba, era muy limitado, pero podríamos decir que fue uno de los primeros negocios en Cúcuta de la época que ofreció comida rápida tipo americana además de criolla. Se servían perros calientes, hamburguesas, chorizos, arepas, cerveza costeñita y gaseosas.
No faltaron los inconvenientes durante su funcionamiento producto de la inexperiencia, es así como en la primera época de lluvias fue el momento menos deseado para Carlos, debido a que como ¨El Wagón¨ estaba en un terreno, el acceso al mismo se hacía en parte atravesando terreno en pura tierra, lo que ocasionaba que con la lluvia, esa parte se encharcara y los clientes tuvieran entonces el inconveniente de entrar y salir del mismo.
Cuando yo estudiaba 5ª elemental en el colegio La Salle (hace ya 54 años, no es fácil recordar detalles) ocurrió como anécdota que un grupo de alumnos en traje de gala, previa a una procesión, acudió a tomarse unos refrescos, pero inesperadamente cayó una fuerte lluvia causando que en la salida del ¨El Wagón¨ a todos se les embarraran los zapatos al atravesar el terreno.
Luego al hacerles la revista de presentación personal en la formación para el desfile, el Prefecto de Disciplina Hermano Honorio, sacó a unos cuantos alumnos de las filas, y les sancionó con bajada de nota de Urbanidad y Aseo, mandándolos luego a limpiar los zapatos a los baños. Mientras que los que se salvaron en la inspección, trataban de esconderse, y desesperados disimuladamente se limpiaban con el pantalón o como pudieran.
La idea para ese momento fue muy novedosa y atractiva, y llamó mucho la atención a los cucuteños, especialmente a los jóvenes y niños de la época, quienes nos sentamos e imaginamos andando en el tren, pero probablemente por limitaciones en los servicios básicos, no tuvo la acogida y el éxito suficiente para cubrir los costos, y es así que su dueño original no pudo mantenerlo sino solamente por dos años, cuando tuvo que darlo en venta al comerciante Rafael Yanett.
Así como el doctor Mario Mejía tuvo en su casa de Chinácota, una serie de recuerdos del Ferrocarril de Cúcuta no pudiendo realizar su deseo de ver todas esas pertenencias en un museo alusivo al mismo, Carlos Bustamante Contreras también tuvo la oportunidad de ofrecer a los cucuteños unas instalaciones que mantuvieran vivo el recuerdo de su famoso tren, pero no pudo sostenerlo.
¨Con el transcurrir de los años, los pocos recuerdos que quedaron del Ferrocarril han ido muriendo y cada vez queda menos memoria histórica de uno de los sistemas férreos más importantes y recordados en el país¨. ¨El tren de la ciudad murió y nunca tuvo dolientes¨ ... decía Mario Mejía.
Me pareció muy bueno el artículo sobre el WAGON COSTEÑITA, la nostalgia invadió mi corazón con tan buenos recuerdos revividos por tu escrito.
Lo guardaré con agradecimiento y lo mostraré a mis hijos, nietos, y a mis bisnietos cuando estén más grandes. Mil gracias amigo. Te llamaré pronto.
Gracias por traer este recuerdo tan grato...diagonal al wagón,el "restaurante del gordo" no me acuerdo si fueron contemporáneos....
ResponderEliminarMe siento orgullosa de ver el nombre de mi papi daniel mieles castillo ☺
ResponderEliminarMe siento orgullosa de ver el nombre de mi papi daniel mieles castillo ☺
ResponderEliminarDa rabia y tristeza ver como ese patrimonio historico se perdio.
ResponderEliminarIgual esta pasando con el puente de ferrocarril localizado a la entrada del barrio San Luis (La Silla Coja).
NADIE HACE NADA POR PRESERVARLO.