Esto ha sucedido en todos los países del mundo de una u otra manera, así que nuestra situación es totalmente idéntica a la de las demás regiones y comarcas del mundo; lo que sucede es que todavía no hemos completado el proceso y de ahí a que lo hagamos, esperemos que no falte mucho tiempo.
Pues bien, para esta crónica vamos a ubicarnos en el punto medio del siglo pasado y concluiremos que nuestros problemas no eran diferentes a los mismos de otros países que ya lograron superar esta realidad.
Haremos un recorrido por nuestras calles, por nuestras instituciones, por nuestros negocios, tratando de retratar el ambiente que se vivía entonces y colegir cuáles eran las realidades y las vivencias en las que estaban sumergidos nuestros coterráneos.
Empezaremos por decirles que se vivía un tenso ambiente político, razón por la cual, los medios estaban sometidos a un severo control que trataba de vigilar que la situación de calma se mantuviera dentro de los márgenes establecidos, así que cualquier noticia, informe o reseña debía pasar previamente por la mirada inflexible de los censores designados por el gobierno, además, era obligación del medio, informar que su publicación oral o escrita, había sido revisada por la censura oficial y autorizada su publicación.
Y ni qué decir de la censura en los teatros y cines del país, donde se había establecido una Junta de Censura, primero con cuatro miembros y posteriormente ampliada a cinco, donde los párrocos eran los amos y señores, pues tenían dos miembros que se repartían la responsabilidad con las autoridades locales; por la presión de los medios, estos alcanzaron a obtener un puesto en esa Junta, como tratando de suavizar un poco las exigencias; sin embargo, comenzando la segunda mitad del siglo, todavía estaban vedadas las películas en las que aparecían escenas donde presentaban bailarinas ligeras de ropa y danzando ritmos tropicales candentes como la rumba y el mambo.
En los teatros, se debía indicar en los carteles de las películas, la edad mínima de ingresos, si era para todos los públicos o para mayores de 15 o de 21 años.
A pesar de las dificultades que acarreaba tener que someterse a censuras y controles, la prensa no perdía oportunidades para ‘darle palo’ a las autoridades cuando estas, a juicio de los medios así lo merecía, si no miremos el artículo que le publicaron al alcalde Numa P. debido al mal servicio de aseo en la que se había sumido la ciudad en cierta ocasión.
Como en esta Perla del Norte no faltan los mamagallistas, por entonces, mientras se organizaba el servicio de recolección, ahora llamado de residuos sólidos, algunos “chuscos” pasaban gritando que sacaran los burros, pues la gente ya estaba sacando los cajones de la basura.
Claro que esto no le causaba gracia a don Numa P. y aprovechando su acceso a los medios, precisamente el día de San José, Patrono de la ciudad, le remitió al director del diario que había publicado la burrada, una nota en la que expresaba su desconcierto por haber escrito un editorial en el que se quejaba del incremento excesivo de los precios del servicio, especialmente para la población de la clase media.
En su respuesta, el alcalde presenta varios ejemplos del aumento de las tarifas y a la vez se pregunta si estos son desmedidos.
A la empresa Colombian Petroleum Company le estaban cobrando dos pesos mensuales ($2.oo) por recoger la basura y barrerles el frente tres veces por semana; ahora se había decidido subirles la tarifa a veinte pesos ($20.oo), un incremento que parece a todas luces exagerado pero que así lo ameritaba, dadas las condiciones de la empresa y del beneficio que recibía y comparaba lo que sucedía con el Consorcio de Cervecería Bavaria (ubicada en la calle trece entre quinta y sexta) a quienes le recogían “dos camionados” diarios de basura y que le habían subido la tarifa de $200 a $300 preguntando además ¿quién le cobraría a Bavaria $5 por viaje?
A la clase media, que era el eje de la controversia, el alcalde manifestaba que la tarifa promedio era de tres pesos mensuales ($3.oo), que cada viaje equivalía a diez centavos por viaje y que por lo tanto, no era una cifra que afectara sustancialmente el bolsillo de esos ciudadanos.
Además, se quejaba que el mayor problema era que mucha gente no pagaba el servicio (que se facturaba con el conjuntamente con el del acueducto y que las normas de entonces prohibía la suspensión).
Agregaba que todas las quejas se estaban atendiendo (como hoy) y que el asunto de la burocracia creciente en la Empresas Municipales no era cierto sino todo lo contrario, pues se había disminuido en 29 puestos de trabajo distribuidos así: 5 en aseo; 7 en acueducto; 3 en el matadero; 7 en las plazas de mercado y 7 más en las oficinas administrativas y que adicionalmente, los sueldos se habían disminuido en un 20%.
De esta manera, quedaba aclarada la situación del alza de los servicios y el alcalde satisfecho de su gestión.
Mientras esto se discutía, los menos favorecidos luchaban por sobrevivir, por subsistir con los pocos ingresos que percibían y para ello comenzamos a indagar, cómo era la vida del ciudadano del común por los tiempos de la mitad del siglo pasado y encontramos algunos detalles interesantes.
Comenzaban a proliferar las “cocinas populares”, que constituían una solución tanto para quienes las atendían como para quienes las usufructuaban; el problema comenzó a presentarse cuando se fueron extendiendo por las aceras de la ciudad, en una clara invasión de lo que conocemos hoy como el espacio público y como es suponer, no se hicieron esperar las quejas de los comerciante formales y de los habitantes de las viviendas que vieron invadido su acera.
De nuevo se acometió una cruzada para conocer en detalle del problema y de nuevo se le sugirió al alcalde que adoptara el modelo que se estaba implementado en otras ciudades y que se llamaba “los comedores populares”.
Le proponían que se construyeran unos “kioskos” en determinados puntos de la ciudad para que allí concurrieran, no solamente los obreros y sus familias, sino todas aquellas personas que tuvieran interés en el servicio.
Le decían al alcalde, que el proyecto se había desarrollado con mucho éxito en la ciudad de Barranquilla y que en otras ciudades intermedias se estaba promoviendo el mismo proyecto, todos en los alrededores de la plaza de mercado, tanto la central como las satélites; claro que el problema de Cúcuta era que no había mercado central, pues éste se había quemado años atrás.
El proyecto de los comedores populares, además de solucionar un problema económico, solventaba el problema higiénico de la preparación y manipulación de los alimentos, pues eran como se dice popularmente, un mal necesario.
Al alcalde le sonó la idea y comenzó a promoverlo en las plazas de mercado de los barrios, La Cabrera, Sevilla, El Contento y Rosetal, siendo esta última la de mayores dificultades, por los continuos aguaceros.
Lo que más influyó para que el alcalde atendiera el llamado urgente que le hacían sus compatriotas, fueron las cifras que arrojó la investigación realizada por los medios, especialmente el Diario de la Frontera, en la que se mostraba la precaria situación de los obreros en la ciudad; el reflejo de esta investigación, muy brevemente esbozada fue la siguiente: el ingreso diario era de $5, es decir $150 mensuales.
Al desglosar este valor, una familia de cuatro personas gastaba $15 pesos de arriendo mensual en un “barrio para pobres”, $120 en alimentación mensual y los $15 en los demás gastos.
Sin contar que debían “echar quimba” para desplazarse pues no les alcanzaba para el bus.
Ante estas cifras, el proyecto comenzó su tortuoso camino hasta lo que conocemos hoy como las cocinas del mercado, que dicho sea de paso, son la expresión autóctona de la gastronomía local, en todas las poblaciones del mundo.
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