Ciro A. Ramírez Dávila
Pesebre
en casa de doña Ramona Hernández de Bermúdez, diciembre de 1960
Alegría... pólvora... luces... congestión... llegó
DICIEMBRE… con amaneceres fríos... ofertas múltiples... oropeles sugestivos...
música popular… regalos… parrandas… bebetas y comilonas… todo porque ahora es…
NAVIDAD.
La Navidad es un acontecimiento universal, todos los
pueblos del mundo creyentes o no, se concitan para estas celebraciones, puesto
que se despide un año y comienza otro, creando muchas esperanzas, ilusiones,
expectativas, anhelos, siempre consideradas con optimismo; esperando que el
cambio de calendario, produzca situaciones positivas.
Por estas calendas hay
regocijo, boato, abundancia; llegan parientes, familiares y amigos de otras
partes; se intercambian regalos; en fin se siente un ambiente positivo en todas
las gentes.
Ah… ¡la Navidad... la Navidad… cómo no recordar, esta
tradición, que nos hace quiméricamente, añorar y evocar, todas las vivencias
habidas y vividas por estas épocas, tan significativas en nuestra Cúcuta, sobre
todo con la intensidad como se participaba en los jolgorios tradicionales,
celebrados en esta bella y alegre temporada, en nuestras barriadas.
Primeramente, hay que decirlo, de la Navidad no se hacía
mención y expresión pública, hasta el primero de diciembre, hasta entonces no
se desplegaba toda la algarabía comercial, religiosa y festiva; por eso, a
diferencia de estos tiempos, llegábamos a ella con ímpetu… entusiasmo… fervor…
Era tradicional quemarle pólvora (voladores y morteros) a
la Inmaculada Concepción. Por tanto, como ahora, la primera fiesta era el ocho
de diciembre, fecha en la cual seguramente la mayoría de los cucuteños, hicimos
“la primera comunión”, porque era el día programado para tal acontecimiento.
Cuando
esto acontecía en cualquier hogar, se madrugaba a misa, se reunían familiares y
amigos en honor del consagrado, se echaba la casa por la ventana... con
tremenda fiesta.
Después de la Purísima, se comenzaban los preparativos
para la confección del pesebre casero y los comisionados del barrio, el pesebre
comunitario, que sería el centro de todas las actividades decembrinas
programadas en el vecindario.
En esta labor, jugaba el ingenio de las gentes,
para presentar lo mejor animado, el retablo.
Se programaban salidas a los
cerros circundantes, en búsqueda de un “chamizo”, el cual se revestiría de
pinturas y escarchas, que semejaran nieve y se iluminaba con múltiples luces y
bolitas de colores, resaltando en su pináculo la estrella del oriente: este fue
nuestro arbolito navideño.
Se recogían guichos, palmas y otras plantas
parásitas, que con el musgo comprado en el mercado, se adornaba el escenario,
donde simbólicamente nacería el Niño Dios.
El dieciséis comenzaban otras tradiciones: primeramente
la “Apuesta de los Aguinaldos”, un juego costumbrista muy popular, entre
parejas.
¿Cómo no recordar todas las peripecias y argucias empeñadas por ellos
y ellas, para ganarse unos aguinaldos? ¿Quién los inventaría? Se acuerdan?
Pajita en Boca… al Tiento… al Dar y no Recibir… al Mudo… al Sí y al No… y el
que más gustaba a los “picarones”… al Beso Robado… este pasatiempo constituía
todo un entretenimiento en la barriada y originaba en todas sus gentes una
animación inusitada, puesto que involucraba a jóvenes y a viejos; claro, muchas
pero muchas veces, produjo resultados inesperados: disgustos... sustos...
sobresaltos... noviazgos... matrimonios… hasta separaciones.
Cabe anotar, que quien perdía el aguinaldo, debía cumplir
con el regalo pactado; si no lo hacía nunca más lo tendrían en cuenta los
vecinos para nada.
También ese día empezaba el rezo de la novena; se hacía en
la parroquia, con la feligresía; la misa de madrugada, el revuelo de campanas,
el canto de villancicos.
En el pesebre comunitario, con los vecinos y en los
hogares, con familiares y amigos; cada noche, culminaba con despliegue y
alborozo de las gentes, pues aparecían… las comparsas con disfrazados... el
toro de candela... las bolas de trapo encendidas... voladores... morteros...
recámaras... trique-traques... buscaniguas... bengalas... salta-pericos... totes…
y mata-suegras.
Todo esto era animado con música interpretada por bandas o
conjuntos populares y los olvidados… picots... que hacían sonar a todo volumen,
el disco prensado de moda.
Se consumía toda clase de bebidas espirituosas: brandy...
whisky… rones... aguardientes... mistelas... cerveza... chichas caseras de
todos los temples… las damas tomaban ron con Coca-Cola y limón… es decir la
famosa “cuba libre”… vinos diversos y el infaltable ponche-crema… Cada noche
terminaba con baile, organizado en una cuadra diferente del barrio.
Los clubes sociales, durante la novena, tenían orquesta
de planta o traían alguna de renombre para la temporada, por allí desfilaron
las mejores colombo-venezolanas: Billo’s… Melódicos… Orlando y su Combo… Pacho
Galán… Lucho Bermúdez… Corraleros… Hispanos… Graduados... quienes alternaban
con las nuestras, también muy buenas: Manuel Alvarado… Víctor Suárez…Edmundo
Villamizar… entre otras.
Qué tiempos aquellos… sólo para tener en cuenta que…
también tuvimos veinte años.
No podemos dejar de referenciar la variedad de viandas o
platos navideños, con que exquisitamente nos deleitamos; para lo cual nuestras
mamás y abuelas, fueron todas unas expertas en su confección: los buñuelos de
yuca, papa o harina, nadando en la miel de la conserva de lechosa verde y
panela… la natilla, entre nosotros conocida como “majarete”…la chicha espumosa
y deliciosa... el masato de arroz, con clavitos o canela… las morcillas caseras
picanticas, con cominos y pimienta… las empanadas de yuca o los pasteles
garbanzo, acompañados de un buen “pichaque”… tortas, colaciones… y muchas más
golosinas, repartidas después de rezar la novena… caramelos, chocolates,
galleticas, confites, posicles, sorbetes…
Estos platillos, eran los genéricos, porque los fuertes
estaban reservados para la cena de Nochebuena y de Año Nuevo, donde los
perniles o jamones... el pavo horneado… y las inigualables hayacas cucuteñas...
tienen una incomparable predilección y en cuya elaboración, participa toda la
familia encabezada por la mamá, responsable de su exquisitez y sazón, quien
distribuye las actividades: cocinar la masa, picar las carnes, soasar las hojas
de “biao”, armar el fogón, alistar la leña, amarrar el tamal o escurrir la
tremenda olla, una vez terminada las tres horas de cocción.
Por eso se nos
vuelve la boca agua y le hacemos custodia a la olla, para ser los primeros en
saborearlas, una vez cocinadas.
Para rematar el año, tenemos que referirnos a otro
pasatiempo, popular y contagioso en la comunidad, durante la Navidad, como lo
es el día de los Santos Inocentes, fecha en la cual, es necesario estar muy
prevenido, ante cualquier engaño, picardía, chasco, trastada o travesura, proveniente
de cualquier amigo, vecino o familiar, quienes se inventan toda una serie de
tretas, para hacernos caer en la ridiculez o en el error, provocando burlas y
mamaderas de gallo.
¿A quién no le han dado “cafecito con sal”, un día de
inocentes?
El veintinueve de diciembre, Día de los Locos, no es una
actividad muy popular, en algunos clubes sociales, hacen un baile de disfraces
y premian la mejor comparsa; hay trago, cena y baile hasta el amanecer.
El fin y comienzo de año, ya es costumbre, reuniones un
tanto más privadas entre familiares y amigos muy allegados, con la cena
tradicional de media noche, el brindis con champaña y uvas; los innumerables
agüeros, para la salud, el amor y la fortuna.
En algunas barriadas se quema el
año viejo, como para olvidar algo que no volverá; se representa por un muñeco
relleno de trapos viejos, taqueado de pólvora, el cual se prende las doce en
punto.
Estos son los momentos, de los buenos propósitos y de buenos augurios,
entre la alegría de unos y la tristeza de otros.
Seguramente alguien, con mejor retentiva, pueda para el
bien de nuestra cotidianidad, mejorar este deshilvanado recuento, que sólo ha
querido retrotraer vivencias, que afloran
coloquialmente en la memoria, por estas temporadas… ”Paz en la tierra, a
los hombres y mujeres, de buena voluntad”… ALELUYA!
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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