En ese año, Juan Barbosa ‘Chalamú’ no tenía motivos para avizorar los lentos paseos que hasta hace poco hacía por la avenida Quinta hasta la cafetería del parque contiguo a la capilla tras asistir a la eucaristía.
Nacido el 27 de diciembre de 1928 en el desaparecido hospital San Juan de Dios, del barrio La Playa, que hoy sirve de sede a la biblioteca Julio Pérez Ferrero, justo frente al asilo de ancianos, el viejo Chalamú es el único sobreviviente de esa legión de futbolistas, que se distinguió no solo por su buen juego, sino por los avatares de una vida pletórica de excesos.
“No fui un santo, pero tampoco un sinvergüenza”, comenta sentado en la silla de ruedas donde ve pasar los días en la casa de uno de los seis hijos que tuvo con Máxima Gutiérrez, de quien enviudaría hace pocos años.
Con ella se casó en la iglesia San Rafael, a unas cuantas cuadras del parque Colón, lugar en el que nació aquella familia conformada por Sergio Humberto, César Iván, Julio Omar, Álvaro, Omaira y Carlos. De ellos, Julio Omar fue el que mejor hizo acopio de la experiencia futbolística de su padre: integró la selección Venezuela de 1983 e hizo parte además del Deportivo Táchira. Por si fuera poco, un hijo de Julio Omar juega en las divisiones inferiores del cuadro aurinegro.
En cuanto a su presencia en aquel vistoso Cúcuta Deportivo de 1950, dirigido por Miguel Olivera, quien procedía de Millonarios, Chalamú recuerda perfectamente el salario que cobraba entonces: 120 pesos mensuales, además de 60 pesos por partido ganado y 30 por juego empatado, además de la comida.
Célebre por su fuerte patada y sus certeros golpes de cabeza, Chalamú evoca las circunstancias que envolvieron su contratación. A su juicio, la oportunidad le fue dada por el puro cansancio que le producía al entrenador Olivera verlo todos los días en los entrenamientos. A la final, a Olivera le llamó la atención su capacidad para defender, patear e ir al ataque.
“En un entrenamiento le hice un gol olímpico al ‘Niño’ Tulic (Juan José) y otro de golpe de cabeza”, dice este hombre tratando de aclarar las cosas que quizá hicieron posible su presencia en el equipo profesional.
¿Y el remoquete ‘Chalamú’? Su versión señala a un vendedor de prensa como el autor de un sobrenombre que hoy parece su apellido. “Un día cuando iba por la prensa donde las Hermanas Paulinas, que estaban ubicadas en la calle 11, entre avenidas 4 y 5, el me gritó ‘Chalamú’ y de ahí en adelante todos me llamaban así”.
Sobre sus compañeros de aquel glamoroso 1950 menciona a Luis Eduardo ‘Gallito’ Contreras. “Era extraordinario. Le daba a uno seguridad cuando tenía la oportunidad de acompañarlo en la titular”, confiesa. “Le aconsejaba a sus compañeros sobre la necesidad de no amilanarse con los extranjeros, especialmente los delanteros. Jugaban cinco o seis, que querían ganar de presencia. ‘Dele, pero que no se den cuenta’, nos decía”, remata este cucuteño, amante como es de los pasteles de garbanzo según confiesa.
En el equipo de 1950 estuvo, además, al lado de Pedro ‘Cajurra’ Díaz, Pablo ‘Tarzán’ Mendoza. Julio Ulises Terra, Marco ‘Gorilo’ Ortiz, Luis Eduardo ‘Gallito’ Contreras, Juan ‘Terremoto’ García, Juan José ‘El Niño’ Tulic, Alcides Mañay, Juan Carlos ‘Andarín’ Barbieri, Luis ‘El Chino’ Pérez Luz, Roberto ‘El Churco’ Serrano y Carlos Zunino.
Falleció en Cúcuta el 31 de agosto del 2015 a los 86 años de edad.
Recluido en el hogar de paso del barrio Lleras, Juan Gámez vive paradójicamente a espaldas de ese templo del fútbol que le dio notoriedad en 1953 a los 21 años, cuando se incorporó en Cúcuta al club con el que la ciudad se jactaba de estar entre las grandes ligas del balompié nacional.
Hoy, con 82 años a cuesta, los recuerdos de esa vida rebosada de glorias deportivas navegan caóticamente en su mente. Si no fuera por su esposa Ana Celina y sus hijas Gloria y Pilar, las guardianas de su sitiada memoria, poco sabríamos de uno de los jugadores cuya nombre quedó esculpido para siempre en la historia del Cúcuta Deportivo.
Son ellas, cada vez que lo visitan en el hogar de paso, quienes le hacen gambetas a la vida para disfrutar de los pocos momentos de lucidez que le llegan a su esposo y padre. Tendrían mucho más que contar de no ser porque hace casi dos años, apenas conocieron el diagnóstico del alzheimer, decidieron botar las fotografías que le unían al pasado.
Un arrebato de confusos sentimientos primó en aquella decisión, destinada también a destruir el papel fotográfico que plasmaba rostros que tal vez solo Gámez podría haber reconocido. Centradas en el presente, Celina, Gloria y Pilar prefieren recordarlo como el hombre que intuyó que la gloria futbolística podía ser un espejismo capaz de destruir lo que más amaba: su familia.
Poco antes de que su memoria comenzara a apagarse, Gámez se encargó de dejar en claro que lo primero siempre fue su familia. Por ella prácticamente dejó el fútbol, una decisión que aunó a su certeza de que el balompié no le brindaría una seguridad económica con el cual hacerse a un futuro sin angustias.
Pero en la cancha, fue un defensa recio, que cabeceaba y pateaba bien con ambas piernas. Jugaba descalzo en sus comienzos hasta que Jorge ‘Manino’ Escobar lo obligó a ponerse guayos.
Y, claro, antes de su boda, Gámez no escapó a la tentación que despertaba en aquella nómina de lujo el gusto por los excesos.
“Juan tomaba trago lo mismo que los otros jugadores, pero un día y ante el ultimatum de la Colombian Petroleum Company (Colpet) –empresa donde él laboraba – decidió retirarse de su gran pasión que era el fútbol”, cuenta hoy su esposa.
“Eso fue después de disputar un cuadrangular en Guayaquil (Ecuador) junto a Barcelona, Emelec y Deportivo Cali”, agrega, tras recordar que el ecuatoriano Eloy Ronquillo, fallecido en el accidente aéreo de Avianca del 17 de marzo de 1988, que cubría la ruta Cúcuta-Cartagena, fue quien llevó a su esposo a jugar con el Cúcuta y luego con el equipo de la Colpet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario