Sin embargo, no todos los que llegaban traían sanas intenciones, sobre todo con las chicas, pues hubo un momento que uno de los delitos más frecuentes era el robo o rapto de jovencitas, sin distingo de edades.
Al parecer, en las parroquias se realizaban numerosos matrimonios por solicitud de la justicia ordinaria y algunos otros con los célebres padrinos gringos, Smith y Wesson. A pesar de lo diligentes que eran las autoridades de entonces, no todos los casos eran resueltos y muchos quedaban en la impunidad. No importaba la edad de la mujer y así fuera mayor de edad (entonces a los 21) y sus relaciones consentidas, la sola denuncia de los padres bastaba para que el “detectivismo” saliera en la persecución de la pareja.
El caso que voy a narrar muestra la acuciosidad de la sociedad del momento y lo importante que resultaba que la pareja se desposara oficialmente por lo católico, así no estuvieran de acuerdo o no lo desearan, por cualquier razón.
Esta es la historia de Esteban y Carmen Graciela, un par de enamorados, él músico de profesión y ella, que aunque vivía con sus padres, ya había cumplido la edad de independizarse, como quien dice de ‘merecer’ y sus padres no estaban de acuerdo con la relación, que no era propiamente musical, con Esteban, por aquello de la mala reputación que tenían los intérpretes sonoros.
Llevaban varios meses de relación y Carmen, cansada de los continuos regaños de su familia que se oponían a los amoríos, un buen día, salió en la madrugada de su casa de la esquina de la calle catorce con décima, con el pretexto de ir a la misa tempranera y no regresó a la casa en todo el día, así que sorprendidos los padres, instauraron las respectiva denuncia, acusando a Esteban como el posible raptor.
Hechas las indagaciones preliminares, se comprobó que la pareja se había desplazado a Venezuela, razón por la cual no les quedó otra alternativa que desistir de la acción de recuperación. La pareja esperó un tiempo prudencial, previendo que la situación se olvidara y así duraron once días en la población de San Antonio hasta que acosados por las necesidades optaron por regresar, con tan mala suerte que en la primera oportunidad, ambos fueron capturados y llevados, no a la cárcel, sino a la iglesia para que les leyeran la consabida epístola y fueran declarados, no culpables, sino legalmente casados.
El casorio fue todo un espectáculo, pues al enterarse sus colegas musicales, no dudaron el brindarle el homenaje que se merecía por cambio de estado. Mientras esto sucedía en la pacata sociedad de entonces, otras noticias más alentadoras se anunciaban para beneficio de la región. Hasta entonces, el único paso vehicular a Venezuela, por esta frontera era al angosto puente, de una vía, que nos unía con San Antonio del Táchira. El paso a Ureña se hacía por entre las aguas del río, cuando no estaba crecido y algunos peatones tenían que atravesarlo en canoa. De hecho, personalmente hice ese viaje en varias ocasiones ya que vivíamos en El Escobal y uno de los paseos era ir a Ureña que resultaba más cerca que trasladarse a Cúcuta.
Pues bien, por esos días, el gobierno venezolano acababa de comunicar a su homólogo colombiano que había sido aprobado el proyecto de construcción del puente sobre el río Táchira, obra que sería costeada por ambos gobiernos y cuyo costo no fue informado; de hecho, pasaron algunos años para que el puente se hiciera realidad, eran otros tiempos menos complicados.
Para terminar con esta crónica de mitad de siglo, les narraré la celebración del primer año de la emisora que impuso un nuevo estilo de radio local, se trata de la Radio Guaimaral ‘la chica para grandes cosas’ que muchos creían que no cumpliría su primer aniversario.
De las tres estaciones que por entonces se disputaban la exigente sintonía del público, Radio Guaimaral se había erigido como la ‘voz más popular y sugestiva de Cúcuta’ enclavada desde sus inicios en el simpático y acogedor barrio Los Sauces.
No sobraron los elogios el día que cumplía su primer año de labores, sobre todo, dentro del apático y despreocupado ambiente cucuteño por las cosas del civismo, pues esa había sido la estrategia de Carlos Ramírez París, promotor y socio inicial de la emisora, quien en compañía de sus amigos y colegas Olga Acevedo, Nieves Josefa León, Mercedes Colmenares, Alfonso Sandoval Burgos, Julio Palacios Pérez, Jacinto Jara y el reconocido locutor de la época Uribe Z., habían echado la casa por la ventana para celebrar el fausto acontecimiento.
El momento se había confabulado, no solamente para celebrar la efemérides, sino que aprovechando la ocasión, varias modificaciones se le hicieron, tanto a la parrilla de la emisora como a las actividades ejecutivas de la empresa.
Inicialmente, el trajín sumado a otros sucesos personales había originado la primera renuncia en la naciente empresa; Olguita Acevedo, quien fuera el ‘alma y nervio’ de la estación durante la dura etapa de sus inicios, tomó la determinación de retirarse para trasladarse de manera definitiva a la ciudad de los parques y aunque su ausencia fue muy lamentada, de inmediato se procedió a encontrarle reemplazo, que resultó tanto o más eficiente en la persona de Mercedes Colmenares Niño, quien asumió sus tareas de manera inmediata.
Así mismo, se dispuso para ese día una programación especial, en la que intervinieron artistas criollos de mucho cartel y un detalle particular que llamó la atención del público en general, pues la empresa había mandado elaborar uniformes para todo el personal, algo verdaderamente novedoso para la época, pero que resultó muy atractivo pues identificaba a la distancia los periodistas y locutores generando expectativas agradables para quienes asistían a los espectáculos transmitidos por la emisora.
Esa misma actitud la venía asumiendo desde hacía algún tiempo, cuando por razones de trabajo estuvo realizando un recorrido por tierras centroamericanas y ahora aplicadas en nuestro medio le estaba dando magníficos resultados.
Claro que mientras esto acontecía, la competencia no se quedaba quieta. La Voz de Cúcuta, reconocida como la emisora de la avenida quinta, se había comenzado a ‘devanar los sesos’ tanto para presentar los éxitos musicales más reconocidos del momento como lo era Juan Legido, “El Gitano Señorón” quien muriera años después en Bogotá, de un infarto; Betty Meléndez “La Gitanilla”, ambos artista provenientes de la madre patria, de gran acogida, de sólo en Colombia sino en toda la América hispana y el grupo Las Acuarelas de Brasil, un conjunto de bellas intérpretes cariocas que despertaban el furor de la audiencia de mediados de siglo. Toda esta programación estaba acompañada por una campaña de expectativa para lanzar un programa de búsqueda de nuevos talentos, cuyo nombre se había mantenido en el más absoluto secreto, pues se quería generar un ambiente de curiosidad que fuera tan impactante como para que la sintonía se volcara en su totalidad hacía ese punto del dial; lo único que se especulaba era que sería un concurso de mucho relieve y categoría y además, de jugosos premios.
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