Julio Pérez Ferrero y otra fuente
Antigua Iglesia de San José.1874
Se acercaba el 18 de mayo de 1875 y el cielo seguía mostrándose sereno, vestido de esos encajes inimitables que admiran propios y extraños; el movimiento comercial daba animación a la vida social y hacía mayor cada día el medio circulante; la prosperidad se advertía en las comodidades que se proporcionaban los habitantes en sus diversas clases y hasta en los semblantes risueños de los hijos de la antigua ciudad; en consideración a todo ello, el Concejo Municipal acordó celebrar el día de la patria, el 20 de julio, con regocijos públicos enumerados en un vistoso programa que debía ser ruidosamente distribuido el domingo 23 del referido mes de mayo. La omnipotencia divina dejó que la naturaleza, obrando en virtud de las leyes físicas, sirviese a sus justos e inescrutables designios.
Calle Comercio. 1874
El domingo 16, ante víspera del inolvidable cataclismo, se sintió a las 5 de la tarde un fuerte temblor que agrietó las paredes en algunas de las casas centrales; el lunes volvió a temblar por la mañana y por la tarde, por lo que el temor a algo desconocido empezó a generalizarse; el martes 18 se oían desde las primeras horas de la mañana, con intermitencia más o menos cortas, sordos ruidos subterráneos, cual grandes masas se desgarrasen del seno de la tierra.
Iglesia San Juan de Dios. 1874
Mucho hacía que las nubes negaban las lluvias a toda región, y por causa de ese largo verano habían desaparecido las aguas de varias quebradas y las termales de Ureña en Venezuela. El general don Domingo Días, que había sido víctima del terremoto de Cumaná, pudo observar que las aves no se posaban, y tal observación le hizo colegir que amenazaba un terremoto o fuertes temblores, temor que dio a conocer a varias personas y que le hizo levantar una tolda en el patio interior de su casa para dormir bajo ella la familia toda.
“Calle de la Cárcel” en Cúcuta, en 1874, un año antes del terremoto.
Días atrás, una mujercita, a la que se juzgó loca, predecía un cataclismo, y es sabido con toda evidencia que vino a Pamplona a consultar el caso que le ocurría con el venerable presbítero doctor Antonio María Colmenares, quien por dos veces nos ratificó la exactitud de esa versión. Hubo otro caso muy raro también: existía en uno de los campos que median entre el Rosario y San Antonio del Táchira, en el camino que une las dos poblaciones, un ciego bien conocido en las dos localidades mencionadas, llamado Dositeo López, quien algunos días antes del terremoto decía a su familia: “me huele a Lobatera; si quieren salvarse duerman en el cocal”. En ese cocal se refugió el ciego, y allí se salvó. Había sido de los testigos del terremoto que destruyó a Lobatera en el año 1849.
Parque de Santander 1867.
Para pintar el horrible suceso sería menester ser genio o tener habilidad descriptiva, o ser pluma delicadísima. La fuerza plutónica de la tierra sacudía la costra terrestre durante todo el día 18 de mayo y en muchos de los que le siguieron a aquel luctuoso acontecimiento, en modo increíble y en un radio de muchas leguas; se vio a las cordilleras que circundan los valles de Cúcuta bambolear, y la tierra, que emulaba a las ondas de las aguas del mar, se abría en grietas espantosas que tenían una misma dirección de oriente a occidente.
Botica Alemana.1874.
A las 11 y cuarto de la mañana del día 18, a la hora en que la generalidad de los habitantes almorzaba, se sintió un ruido subterráneo, ronco y prolongado, cual si proviniese del desprendimiento de grandes moles del interior de la tierra, y a él sucedió el primer sacudimiento de trepidación y en seguida otro y otros muchos más, de trepidación unos y de oscilación otros, que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de minutos. Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa, y desde ese punto vimos caer los edificios de una calle, en la que quedaba en pie la botica Alemana, como caen las cartas de naipe superpuestas y en sucesión continua, espantosa, pues unos edificios caían hacia fuera cubriendo las calles, y otros hacia el interior, formando todo montones enormes de escombros; produciéndose ruido horrible con el derrumbe de las paredes junto con el crujir de las maderas y los gritos de clamor y de espanto de millares de víctimas.
Una nube espesísima de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándosenos por la boca y narices hasta dificultar la respiración; y habríamos perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivíamos, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido. Despejado el horizonte, pudimos darnos cuenta de la magnitud del acontecimiento: !qué horror! ni un solo edificio, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los aves de los heridos, los gritos de cuantos sobrevivían, !que impetraban misericordia! Un momento después, perdidas las nociones de distancia y tiempo, vimos salir de entre ruinas a algunos de los que eran nuestros vecinos, sin poder reconocernos recíprocamente, pues el polvo que nos cubría y la expresión de terror nos desfiguraban; ! nos creíamos mutuamente muertos que surgían de sus tumbas! La idea de ver llegado al fin del mundo dominaba los espíritus, y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina.
Jaime Buenahora, en "La generación del terremoto", narró: "Todo estaba listo para que el martes 18, se publicaran los programas de fiestas que tradicionalmente se celebraban con especialísima pompa en torno al 20 de julio. Ese día poco antes de las once de la mañana, los integrantes de la banda de música, ubicados cerca al mercado cubierto amenizaban con una alegre tocata, la repartición del programa. Algunos almorzaban, pues era costumbre hacerlo. Súbitamente un ruido tenebroso, un estruendo letal, salido de las más profundas entrañas de la tierra, paralizó la retreta musical... Era un primer temblor, mucho más fuerte y temible que los anteriores. Luego otro más; el tercero, el espantoso y definitivo, con toda ira de la naturaleza... fueron 15 segundos implacables, de vida o muerte".
Los minutos siguientes confirmaron la dimensión de la catástrofe. Las escenas eran dantescas... apenas unos cuantos árboles de los antiguos solares habían quedado de pie. La iglesia, el ayuntamiento, las tiendas, las boticas, las casas, todo absolutamente todo, se vino al suelo. Los gritos de dolor y de angustia y de agonía se multiplicaban por doquier. Muchos se arrastraban por el suelo, algunos malheridos alcanzaban a ser rescatados. Decenas y decenas, sin vida, eran apenas reconocidos. "La ciudad quedó convertida en un cementerio porque centenares de personas quedaron totalmente sepultados, sin ninguna posibilidad de ser renovadas. Por la tarde en medio de la consternación y las dificultades, los sobrevivientes continuaron su tarea de reconocimiento de las víctimas y auxilio a los heridos.
Al atardecer la mayoría se dirigió hacia La Vega, un pequeño caserío ubicado al sur, en donde se improvisaron algunos toldos. Al día siguiente, el 19 regresaron casi todos para reconocer a sus deudos y para enmudecerse ante lo que veían.
El alcalde Francisco Agüero se había salvado de la tragedia y pudo hacerse al frente de la situación. Pero a la tragedia física se agregó la social. Unos cuantos malhechores se dieron a la tarea del saqueo y del hurto. No obstante, algunos fueron puestos bajo ley.
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Para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y descerrajando las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo en cuanto veían los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó, después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometidos los más responsable de los presos, bien conocidos en la localidad uno llamado Piringo, un maracucho residente en Cúcuta, quién no queriendo confesar sus faltas le hicieron un consejo de guerra verbal, y fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Le siguen el boyacense Calasancio Villamizar, quién pretendió huir, pero un proyectil acabó su vida. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en más, la cifra aterradora de las víctimas del terremoto...
Sobre el desolado campo que había ocupado la antigua y bella ciudad de Cúcuta, quedaban los despojos mortales de más de tres mil víctimas, la cruz de dos ajusticiados y la muestra del reloj público que señalaba imperturbable la hora siniestra.
Situación como quedaron la Alcaldía y la Cárcel Municipal.
La catedral quedó completamente destruida. Observen el reloj de la torre. El reloj muestra una hora de aproximadamente las 11:28 según mi observación pero en los escritos donde lo mencionan aparece 11:15.
"! Conciudadanos el telégrafo ha venido anunciando, desde ayer, la consumación de una catástrofe espantosa. Según los últimos telegramas recibidos en Bucaramanga, la bella y populosa ciudad de San José de Cúcuta, ha quedado reducida a escombros por consecuencia del terremoto que tuvo lugar el 18 del corriente". Así informó al país el Presidente del Estado Soberano de Santander, Aquileo Parra, desde el Socorro, el 20 de mayo de 1875, según el historiador Luis Febres Cordero en su obra "El Terremoto de Cúcuta".
El Presidente Parra tomó las medidas pertinentes al hecho, destinando $1.000 para atender los gastos de la fuerza pública que se desplazó hasta el sitio de la catástrofe. "Parece un sueño Cúcuta, San Antonio, San Cristóbal, San Cayetano y Táriba y muchos otros pueblos ya no existen. Aquí en Pamplona, encuentra usted casas abandonadas, y las familias habitando en los potreros y cerritos inmediatos a la población, los edificios en su mayor parte listos para desplomarse". El 22 de mayo, teniendo noticias de los hechos, el presidente del Estado Soberano de Santander se puso al frente de la tragedia.
Aquileo Parra, según el historiador Febres Cordero narró su experiencia así: "Tan pronto llegué, ordené la custodia de las ruinas, reglamenté su excavación y nombré una comisión de sanidad; hice que arroparan con cal los cadáveres que habían quedado al descubierto; mandé a poner a salvo el archivo de la notaria del circuito, dicté varias providencias de carácter administrativo y verbalmente di muchas otras órdenes sobre objetos de menor entidad".
El 18 de mayo de 1875, el presidente de los Estados Unidos de Colombia, Santiago Pérez, llamó a la solidaridad y los colombianos respondieron.
Según el Dr. Hermes García, insigne colombiano testigo presencial de este desastre, el gran terremoto vino precedido por eventos premonitores, dando fe de ello 30 años después del terremoto, cuando decidió relatar su experiencia infantil: “Íbamos por un largo y amplio corredor, cuando oímos un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gentes que huyen de un toro bravío; caminábamos columpiándonos por cierto movimiento particular que en lugar de asustarnos nos divertía……acababa de pasar el primer temblor, el del 16 de Mayo en la tarde……..en la mañana siguiente, lunes, otro suceso como el de la tarde anterior nos hizo sacar del dormitorio…….. El martes, después de almorzar, el mismo particular suceso de los días anteriores, el mismo estremecimiento con su ruido de carretas en la calle, con su tropel de gente. Vimos, entre otras confusas cosas, que por los recodos de los corredores cernía la tierra en gran abundancia, como si trabajadores estuviesen dando barrazos en las paredes; una nube de espeso polvo que nos asfixiaba; y, cuando comenzaba a disiparse, la corpulenta figura de un entrañable amigo de la casa que se erguía sobre un hacinamiento de escombros, llamando a grandes gritos y que desaparecía enseguida. Luego se nos conducía por sobre montones de ruinas, sin darnos cuenta de nada, oyendo gritos y alaridos, preces y llanto. Habíamos salido del área de la villa destruida e íbamos por un camino blanco y parejo. A medida que caminábamos veíamos que la tierra hacía ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar…..El aire libre, la vista del campo, habían refrescado nuestro espíritu, y el aterrador espectáculo más bien nos deleitaba. Íbamos como muchachos que lleva el maestro al baño, gozándonos en saltar las grietas que se abrían y se cerraban. Ante una de ellas llamamos la atención a nuestro padre y fue de una expresión tan triste y rara el gesto que hizo, que nos produjo miedo y nos volvió taciturnos…….Luego recuerdo un campamento donde la gente se abría de brazos e imploraba misericordia. La mañana siguiente nos sorprendió a todos apiñados, sintiendo frío y hambre, alrededor de nuestra madre; uno de nosotros pidió pan, nuestro padre nos miró con intensa pesadumbre y hundiendo la cara entre las manos rompió a llorar….”.
Entre los venezolanos afectados por este terremoto vale citar a Don Tulio Febres Cordero, que era un jovencito para aquella época pues solo contaba con quince años, quien relató en sus escritos que muchas familias venezolanas residentes en Cúcuta sufrieron pérdidas irreparables, en particular la familia Troconis que perdió doce de sus dieciocho miembros entre los que se contaron los abuelos maternos de Don Tulio. Otro destacado venezolano que vivió los efectos de este terremoto fue Juan Vicente Gómez, quien tenía apenas 18 años en ese entonces y se encontraba en Cúcuta atendiendo un comercio de su familia. Dando muestras del carácter que luego marcaría su vida, logra salvar parte de la mercancía sepultada entre los escombros del lugar donde funcionaba el negocio. El joven Juan Vicente se ve obligado a abandonar Colombia, porque recibe noticias provenientes de Venezuela donde le informan que San Antonio del Táchira y su hacienda “La Mulera” están casi en ruinas por causa del terremoto. La impresión de esta tragedia acompañaría al Benemérito durante el resto de su vida y prueba de ello es que sesenta años después, según dice Manuel Caballero en su libro “Gómez, el tirano liberal”, escribiría una carta personal donde relata sus recuerdos de aquella tragedia y se refiere a este sismo como “El Terremoto de Cúcuta”, ciudad donde vivió cerca de cuatro años.
Algunos escritos de la época dejan algunas dudas acerca de algunos aspectos de este terremoto. Por ejemplo, se mencionan más de tres mil muertos en Cúcuta, sin embargo las listas de personas fallecidas solo incluyen 460 nombres. Otro tanto ocurre con la hora del terremoto: algunos relatos hablan de “la mañana del 18 de Mayo”, otros hablan de “el Martes, después de almorzar….”, algunos citan como hora exacta las 11 y 15 de la mañana del 18 de mayo. Quizás el dato más confiable lo constituya una fotografía, donde aparecen los restos de la Iglesia Principal de San José, donde resalta una de sus puertas, y el reloj público de la ciudad, paralizado señalando quizás la hora exacta del terremoto.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
Excelente relato, me gustó mucho, felicidades
ResponderEliminarQuisiera compzrtir una tertulia con las personas que integran el gripo CRONICAS DE CUCUTA
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