El barrio aún lucía nuevo pues había sido fundado en 1957; algunas casas conservaban la placa del Instituto de Crédito Territorial – ICT- , entidad que las había construido con las técnicas modernas y avanzadas de entonces, confortables y con generosas zonas llamadas antejardín – frente a la entrada – y espacios igualmente exteriores para la ornamentación vegetal en donde daban sombra los almendros, florecían mirtos, exoras, alejandrías, cayenos y rosales, y brindaban sus frutos los guayabos y los limoneros.
A mi padre le costó la casa $ 142.000, asumió la deuda de su vendedor don Josué Niray Cuervo, y remiso a deber, al poco tiempo se cansó de ir al Banco Central Hipotecario a pagar las cuotas mensuales de $ 500, aproximadamente, y decidió cancelar de una sola vez.
Reinaban la armonía, el respeto, las buenas maneras – como saludar cálidamente y pedir un favor con suma decencia -, la disciplina, la pulcritud, la sana alegría y la religiosidad (en un principio se pertenecía a la parroquia de Sevilla y posteriormente se edificó con recaudos de bazares realizados hasta en el parque Santander, la original iglesia, pequeña y modesta, convertida hoy en una bodega y ubicada frente a la sede de una empresa de taxis, y luego, por los años 80, a pocos pasos se levantó el hermoso templo del Santísimo Redentor, regido por la comunidad de los misioneros redentoristas, en donde se brinda especial culto al Señor de los Milagros de Buga.
La unión de los vecinos era ejemplar. Una noche, por ejemplo, un ladrón intentó asaltar alguna residencia; el primero que advirtió al maleante fue don Arturo Mogollón – ex tesorero del departamento -, y ni corto ni perezoso, y como correspondía a un heredero del valiente general Pastor Mogollón, de Herrán, combatiente en la guerra de los Mil Días, quemó un par de tiros de revólver; sonaron de inmediato en el contorno innúmeras armas como en ráfagas, de modo que el bandido tuvo que huir precipitadamente ante la atronadora balacera.
Ya no quedan virtualmente en el barrio familias de aquella época, todas de prestigio y honorabilidad, de trabajo y virtudes patriarcales. La mayoría buscó otros lugares y buena parte de aquellos matrimonios ha fallecido.
Regresando al pasado digamos que el barrio era pequeño, tal vez de unas diez cuadras; hoy puede llegar a las veinte cuadras. En cuanto a sus antiguos habitantes recordamos a Pedro Fernández y su esposa Romelia Santos; Genoveva viuda de Mora, cuyas hijas cantaban como ángeles; la familia Castro; miembros del clan García Herreros; Luis Felipe Dávila y su esposa Ana – Luis Felipe era periodista; había sido compañero de mi padre en el servicio militar en tiempos en que el Batallón Santander estaba instalado en terrenos en donde funcionó hasta hace poco el mercado Los Cocales -; la familia de Leonardo Latorre, de Lourdes; Saúl Ojeda y su señora Edith; Arturo Mogollón y su esposa Cosmelina; el apreciado pariente Pedro Julio Vila Clavijo y su esposa Gilma Casado; el doctor Luis Enrique Conde Girón – ex magistrado y veterano periodista que escribía con el seudónimo de Buziraco -, y su esposa Ernestina – doña Tina -, directora y dueña del liceo del barrio; Juan Sanabria; la familia Klausen, alemanes, una de cuyas hijas, alta, rubia y de ojos verdes, ganó un concurso justamente por la hermosura de sus ojos y fue modelo de la revista Cromos, el sueño de todas las jóvenes en aquel momento; Gonzalo Moreno y su esposa Josefa; la familia Duarte y la de Crisanto Calixto; Donaldo Molano y su cónyuge Ligia Arteaga; los Ovallos; Celemín Cárdenas; Eustasio Mantilla Yáñez, de Gramalote; el periodista Montegranario Sánchez- director de Sagitario -; el sargento mayor Eduardo Leal Peñaranda – veterano de la guerra de Corea – y su esposa Aracely; Luis Acevedo, el doctor Léntulo Ruiz Carvalho, Miguel Suárez, Jaime Cárdenas y la familia Wilches.
el barrio pescadero en que año fue construido
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